jueves, 30 de diciembre de 2010

UN GALLARDO PARA RECORDAR

UN GALLARDO PARA RECORDAR: JORGE RAFAEL VIDELA
Martes, 21 de diciembre de 2010



Amigos:
Nunca fui adherente del Partido Militar, por distintas circunstancias de modo tiempo y lugar, que no vienen al caso comentar ahora.

Pero hace instantes, cuando escuchaba el alegato del ex Presidente, frente al Sanedrín que lo tiene bajo proceso, experimente una sincera admiración por un octogenario, que con más presencia de ánimo que el "lloriqueante" Bussi, supo defender su postura frente a la posteridad.

Lo hizo con eso, con gallardía, pese a su deteriorado estado de salud y su avanzada edad.

Ratifico una vez más, como lo hizo en el carnaval del juicio a las Juntas, con el coraje que se aguarda de los hombres con testículos, su absoluta responsabilidad, por sobre la de todos sus subordinados, incluyendo va de suyo, a otro Patriota que atentamente lo escuchaba: Luciano Menéndez.

Los "disolventes" de la audiencia, afectos a la mofa corporativa de este gobierno de ácratas, de pronto se vieron obligados a por lo menos guardar silencio.

Porque la verba sencilla y sin ambages de este anciano, no les dejó otra alternativa.

La de hoy, será una suerte de profecía de los acontecimientos disgregatorios por venir.

Recordaremos más de una vez sus palabras, y el porte ascético con que las expresó.

Será a partir de ahora un referente y mucho lamentaremos que la rueda de la vida que inexorablemente se le esta yendo entre sus temblorosas manos, pronto lo transforme en apenas otra leyenda.

Pero si alguna esperanza abriga aun a este cuerpo social desastrado, tal vez en un recóndito lugar de la adormilada conciencia de estos "Generales de Banda" en actividad, las palabras de este viejo Videla, les haga nacer algún gen de decencia, como para que incluso en la inferioridad de condiciones operativas en las que se encuentran nuestras Fuerzas Armadas, les advierta que este Pueblo, que se avizora como cobarde y ausente, todavía guarda cierta admiración por las Instituciones Castrenses.

A pesar de la propaganda subversiva oficial, que ininterrumpidamente desde hace casi treinta años, hizo, hace y hará todo lo indecible para sepultar su existencia, con el concurso auxiliador de los Ríos Ereñú, los Balza, los Bendini y de tantos otros canallas lame pies & besamanos.

Los terroristas de los setenta; esos que todos despreciamos y condenamos en su momento hoy están a sus anchas en el corrompido Poder del Estado.

Vemos que sus postulados de la clandestinidad de entonces, hoy están oficializados.

La anarquía con más la indefinición de la población civil y el desarme de las Fuerzas de Seguridad, era su cenit.

Ya han cumplido sus metas a entera satisfacción.

En el futuro cercano, aparece ahora la figura del cabezón Duhalde, como el remedio y la cura contra la rabia kirchnerista.

Pero eso seria simplificar demasiado el problema.Sólo limitarse a cambiar una cúpula mafiosa por otra de la misma calaña. La Nación requiere de otros jugadores.
Acaso alguien como el Ilustre Orador de hace instantes, que es un Devoto Cristiano y que además vive en la mas digna indigencia.

El tiempo de las palabras, de las Carrió, de los Cobos, de los Macri, de los radicales y de los irreverentes e incorregibles peronistas, debe llegar a su fin. Porque juntos o separados nos han conducido a este abismo existencial, en el que la cultura gay pretende imponerse como regla social.

Todos, absolutamente todos ellos, deben sentarse por vez primera en el banquillo de los acusados para ser ejecutados por sus crímenes aberrantes contra lo que alguna vez fue nuestra Patria.

Mientras nos preparamos para ello, no olvidemos ni por un instante que existe UN GALLARDO PARA RECORDAR: JORGE RAFAEL VIDELA.-
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Como me llego lo trasmito

martes, 14 de diciembre de 2010

NO HAY MEMORIA SIN HISTORIA

NO HAY MEMORIA SIN HISTORIA

JORGE AVILA



En noviembre pasado, Tzvetan Todorov visitó nuestro país. Invitado probablemente por el gobierno o por grupos oficialistas, visitó la Escuela de Mecánica de la Armada y debió leer el catálogo institucional del Parque de la Memoria.

El catálogo señala que "Indudablemente, hoy la Argentina es un país ejemplar en relación con la búsqueda de la Memoria, la Verdad y la Justicia".

De regreso en Europa, Todorov publicó sus reflexiones sobre la visita a nuestro país en la edición de ayer del diario español El País. En su edición del día de la fecha, el diario Ambito Financiero publica una versión resumida del artículo de El País. En síntesis, Todorov opina que sin conocimiento histórico no puede haber memoria ni verdad, y que sin verdad no puede haber justicia. Jorge Asís también se refirió al tema ayer.

Reproduzco a continuación un extracto del extracto de Ambito Financiero.

Tzvetan Todorov es uno de los críticos literarios más importantes del mundo; aportó con obras sustanciales a la semiología y a la crítica que se enseñan y discuten en las universidades de Europa y América. Es un búlgaro que completó su formación junto a Roland Barhes en Francia y es un emblemático de la academia contemporánea. Nadie puede decir de él que tenga un pensamiento de derecha; por el contrario, es un crítico de los totalitarismos de todos los orígenes, como lo demuestra en su último libro, «La experiencia totalitaria» (2010) en el cual describe las atrocidades del nazismo pero también del estalinismo. El mes pasado estuvo en la Argentina para dar un par de conferencias y el Gobierno lo paseó por los santuarios de la memoria de las víctimas de la represión clandestina de las guerrillas, incluyendo la oprobiosa ESMA. En una nota que publicó ayer el diario El País cuenta su experiencia y señala las ausencias en el debate público sobre los años 70, como por ejemplo las atrocidades cometidas también por las bandas terroristas. Llega a decir que en los mismos años en Camboya, activistas del mismo signo y modalidad tomaron el poder y provocaron la muerte del 25% de la población. Interesan las reflexiones de Todorov por la valentía y la profundidad con que reclama que no sólo haya memoria sino también historia. Damos los párrafos principales de esta nota de Todorov:

En el catálogo institucional del Parque de la Memoria, publicado hace algunos meses, se puede leer: «Indudablemente, hoy la Argentina es un país ejemplar en relación con la búsqueda de la Memoria, Verdad y Justicia». Pese a la emoción experimentada ante las huellas de la violencia pasada, no consigo suscribir esta afirmación.

En ninguno de los dos lugares que visité vi el menor signo que remitiese al contexto en el cual, en 1976, se instauró la dictadura, ni a lo que la precedió y la siguió. Ahora bien, como todos sabemos, el período 1973-1976 fue el de las tensiones extremas que condujeron al país al borde de la guerra civil. Los Montoneros y otros grupos de extrema izquierda organizaban asesinatos de personalidades políticas y militares, que a veces incluían a toda su familia, tomaban rehenes con el fin de obtener un rescate, volaban edificios públicos y atracaban bancos. Tras la instauración de la dictadura, obedeciendo a sus dirigentes, a menudo refugiados en el extranjero, esos mismos grupúsculos pasaron a la clandestinidad y continuaron la lucha armada. Tampoco se puede silenciar la ideología que inspiraba a esta guerrilla de extrema izquierda y al régimen que tanto anhelaba.

Como fue vencida y eliminada, no se pueden calibrar las consecuencias que hubiera tenido su victoria. Pero, a título de comparación, podemos recordar que, más o menos en el mismo momento (entre 1975 y 1979), una guerrilla de extrema izquierda se hizo con el poder en Camboya. El genocidio que desencadenó causó la muerte de alrededor de un millón y medio de personas, el 25% de la población del país. Las víctimas de la represión del terrorismo de Estado en la Argentina, demasiado numerosas, representan el 0,01% de la población.

Claro está que no se puede asimilar a las víctimas reales con las víctimas potenciales. Tampoco estoy sugiriendo que la violencia de la guerrilla sea equiparable a la de la dictadura. No sólo las cifras son, una vez más, desproporcionadas, sino que además los crímenes de la dictadura son particularmente graves por el hecho de ser promovidos por el aparato del Estado, garante teórico de la legalidad. No sólo destruyen las vidas de los individuos, sino las mismas bases de la vida común. Sin embargo, no deja de ser cierto que un terrorismo revolucionario precedió y convivió al principio con el terrorismo de Estado, y que no se puede comprender el uno sin el otro.

En su introducción, el catálogo del Parque de la Memoria define así la ambición de este lugar: «Sólo de esta manera se puede realmente entender la tragedia de hombres y mujeres y el papel que cada uno tuvo en la historia». Pero no se puede comprender el destino de esas personas sin saber por qué ideal combatían ni de qué medios se servían. El visitante ignora todo lo relativo a su vida anterior a la detención: han sido reducidas al papel de víctimas meramente pasivas que nunca tuvieron voluntad propia ni llevaron a cabo ningún acto. Se nos ofrece la oportunidad de compararlas, no de comprenderlas. Sin embargo, su tragedia va más allá de la derrota y la muerte: luchaban en nombre de una ideología que, si hubiera salido victoriosa, probablemente habría provocado tantas víctimas, si no más, como sus enemigos. En todo caso, en su mayoría, eran combatientes que sabían que asumían ciertos riesgos.

La manera de presentar el pasado en estos lugares seguramente ilustra la memoria de uno de los actores del drama, el grupo de los reprimidos; pero no se puede decir que defienda eficazmente la Verdad, ya que omite parcelas enteras de la Historia. En cuanto a la Justicia, si entendemos por tal un juicio que no se limita a los tribunales, sino que atañe a nuestras vidas, sigue siendo imperfecta: el juicio equitativo es aquel que tiene en cuenta el contexto en el que se produce un acontecimiento, sus antecedentes y sus consecuencias. En este caso, la represión ejercida por la dictadura se nos presenta aislada del resto.

La cuestión que me preocupa no tiene que ver con la evaluación de las dos ideologías que se enfrentaron y siguen teniendo sus partidarios; es la de la comprensión histórica. Pues una sociedad necesita conocer la historia, no solamente tener memoria.

La memoria colectiva es subjetiva: refleja las vivencias de uno de los grupos constitutivos de la sociedad; por eso puede ser utilizada por ese grupo como un medio para adquirir o reforzar una posición política.

Por su parte, la historia no se hace con un objetivo político (o si no, es una mala historia), sino con la verdad y la justicia como únicos imperativos. (…) ¿Cómo podría verse coronado por el éxito el llamamiento al «¡Nunca más!»? Cuando uno atribuye todos los errores a los otros y se cree irreprochable, está preparando el retorno de la violencia, revestida de un vocabulario nuevo, adaptada a unas circunstancias inéditas.

Comprender al enemigo quiere decir también descubrir en qué nos parecemos a él. No hay que olvidar que la inmensa mayoría de los crímenes colectivos fueron cometidos en nombre del bien, la justicia y la felicidad para todos.

Las causas nobles no disculpan los actos innobles. (…)







En noviembre pasado, Tzvetan Todorov visitó nuestro país. Invitado probablemente por el gobierno o por grupos oficialistas, visitó la Escuela de Mecánica de la Armada y debió leer el catálogo institucional del Parque de la Memoria. El catálogo señala que "Indudablemente, hoy la Argentina es un país ejemplar en relación con la búsqueda de la Memoria, la Verdad y la Justicia". De regreso en Europa, Todorov publicó sus reflexiones sobre la visita a nuestro país en la edición de ayer del diario español El País. En su edición del día de la fecha, el diario Ambito Financiero publica una versión resumida del artículo de El País. En síntesis, Todorov opina que sin conocimiento histórico no puede haber memoria ni verdad, y que sin verdad no puede haber justicia. Jorge Asís también se refirió al tema ayer. Reproduzco a continuación un extracto del extracto de Ambito Financiero.

Tzvetan Todorov es uno de los críticos literarios más importantes del mundo; aportó con obras sustanciales a la semiología y a la crítica que se enseñan y discuten en las universidades de Europa y América. Es un búlgaro que completó su formación junto a Roland Barhes en Francia y es un emblemático de la academia contemporánea. Nadie puede decir de él que tenga un pensamiento de derecha; por el contrario, es un crítico de los totalitarismos de todos los orígenes, como lo demuestra en su último libro, «La experiencia totalitaria» (2010) en el cual describe las atrocidades del nazismo pero también del estalinismo. El mes pasado estuvo en la Argentina para dar un par de conferencias y el Gobierno lo paseó por los santuarios de la memoria de las víctimas de la represión clandestina de las guerrillas, incluyendo la oprobiosa ESMA. En una nota que publicó ayer el diario El País cuenta su experiencia y señala las ausencias en el debate público sobre los años 70, como por ejemplo las atrocidades cometidas también por las bandas terroristas. Llega a decir que en los mismos años en Camboya, activistas del mismo signo y modalidad tomaron el poder y provocaron la muerte del 25% de la población. Interesan las reflexiones de Todorov por la valentía y la profundidad con que reclama que no sólo haya memoria sino también historia. Damos los párrafos principales de esta nota de Todorov:

En el catálogo institucional del Parque de la Memoria, publicado hace algunos meses, se puede leer: «Indudablemente, hoy la Argentina es un país ejemplar en relación con la búsqueda de la Memoria, Verdad y Justicia». Pese a la emoción experimentada ante las huellas de la violencia pasada, no consigo suscribir esta afirmación.

En ninguno de los dos lugares que visité vi el menor signo que remitiese al contexto en el cual, en 1976, se instauró la dictadura, ni a lo que la precedió y la siguió. Ahora bien, como todos sabemos, el período 1973-1976 fue el de las tensiones extremas que condujeron al país al borde de la guerra civil. Los Montoneros y otros grupos de extrema izquierda organizaban asesinatos de personalidades políticas y militares, que a veces incluían a toda su familia, tomaban rehenes con el fin de obtener un rescate, volaban edificios públicos y atracaban bancos. Tras la instauración de la dictadura, obedeciendo a sus dirigentes, a menudo refugiados en el extranjero, esos mismos grupúsculos pasaron a la clandestinidad y continuaron la lucha armada. Tampoco se puede silenciar la ideología que inspiraba a esta guerrilla de extrema izquierda y al régimen que tanto anhelaba.

Como fue vencida y eliminada, no se pueden calibrar las consecuencias que hubiera tenido su victoria. Pero, a título de comparación, podemos recordar que, más o menos en el mismo momento (entre 1975 y 1979), una guerrilla de extrema izquierda se hizo con el poder en Camboya. El genocidio que desencadenó causó la muerte de alrededor de un millón y medio de personas, el 25% de la población del país. Las víctimas de la represión del terrorismo de Estado en la Argentina, demasiado numerosas, representan el 0,01% de la población.

Claro está que no se puede asimilar a las víctimas reales con las víctimas potenciales. Tampoco estoy sugiriendo que la violencia de la guerrilla sea equiparable a la de la dictadura. No sólo las cifras son, una vez más, desproporcionadas, sino que además los crímenes de la dictadura son particularmente graves por el hecho de ser promovidos por el aparato del Estado, garante teórico de la legalidad. No sólo destruyen las vidas de los individuos, sino las mismas bases de la vida común. Sin embargo, no deja de ser cierto que un terrorismo revolucionario precedió y convivió al principio con el terrorismo de Estado, y que no se puede comprender el uno sin el otro.

En su introducción, el catálogo del Parque de la Memoria define así la ambición de este lugar: «Sólo de esta manera se puede realmente entender la tragedia de hombres y mujeres y el papel que cada uno tuvo en la historia». Pero no se puede comprender el destino de esas personas sin saber por qué ideal combatían ni de qué medios se servían. El visitante ignora todo lo relativo a su vida anterior a la detención: han sido reducidas al papel de víctimas meramente pasivas que nunca tuvieron voluntad propia ni llevaron a cabo ningún acto. Se nos ofrece la oportunidad de compararlas, no de comprenderlas. Sin embargo, su tragedia va más allá de la derrota y la muerte: luchaban en nombre de una ideología que, si hubiera salido victoriosa, probablemente habría provocado tantas víctimas, si no más, como sus enemigos. En todo caso, en su mayoría, eran combatientes que sabían que asumían ciertos riesgos.

La manera de presentar el pasado en estos lugares seguramente ilustra la memoria de uno de los actores del drama, el grupo de los reprimidos; pero no se puede decir que defienda eficazmente la Verdad, ya que omite parcelas enteras de la Historia. En cuanto a la Justicia, si entendemos por tal un juicio que no se limita a los tribunales, sino que atañe a nuestras vidas, sigue siendo imperfecta: el juicio equitativo es aquel que tiene en cuenta el contexto en el que se produce un acontecimiento, sus antecedentes y sus consecuencias. En este caso, la represión ejercida por la dictadura se nos presenta aislada del resto.

La cuestión que me preocupa no tiene que ver con la evaluación de las dos ideologías que se enfrentaron y siguen teniendo sus partidarios; es la de la comprensión histórica. Pues una sociedad necesita conocer la historia, no solamente tener memoria. La memoria colectiva es subjetiva: refleja las vivencias de uno de los grupos constitutivos de la sociedad; por eso puede ser utilizada por ese grupo como un medio para adquirir o reforzar una posición política. Por su parte, la historia no se hace con un objetivo político (o si no, es una mala historia), sino con la verdad y la justicia como únicos imperativos. (…) ¿Cómo podría verse coronado por el éxito el llamamiento al «¡Nunca más!»? Cuando uno atribuye todos los errores a los otros y se cree irreprochable, está preparando el retorno de la violencia, revestida de un vocabulario nuevo, adaptada a unas circunstancias inéditas. Comprender al enemigo quiere decir también descubrir en qué nos parecemos a él. No hay que olvidar que la inmensa mayoría de los crímenes colectivos fueron cometidos en nombre del bien, la justicia y la felicidad para todos. Las causas nobles no disculpan los actos innobles. (…)