martes, 1 de diciembre de 2009

DECLARACIÓN DE MABY PICÓN DE VIOLA

-DECLARACIÓN DE MABY PICÓN DE VIOLA, VIUDA DEL MY. HUMBERTO VIOLA Y MADRE DE CRISTINITA VIOLA, AMBOS ASESINADOS POR EL ERP, A 35 AÑOS DE SU CRIMEN
www.notiar.com.ar

El próximo 1° de diciembre se cumplen 35 años de los asesinatos de Humberto y Cristinita.
Tengo la absoluta seguridad que aún hoy, todos los argentinos de bien, tienen grabado en su memoria el horroroso atentado ejecutado por integrantes del ejército revolucionario del pueblo, llamados actualmente “jóvenes idealistas”.

Las fotografías y crónicas de los diarios y revistas publicados en aquel 1° de diciembre de 1974 y en días posteriores, son los silenciosos testigos del repudio, reprobación y condena de toda la sociedad argentina a tan incalificable crimen cometido por las hordas terroristas de la guerra revolucionaria.

La multitud que me acompañó a mí y al resto de mi familia, en aquel entonces, son la muestra más contundente del sentir de un pueblo que se encontraba oprimido por el terror que esos delincuentes sembraban en las calles, asesinando, sin discriminación alguna, a niños, mujeres, sacerdotes, científicos … civiles de todas las edades y clases sociales.

No fueron, únicamente, como pretenden hacer creer, que sólo militares o policías cayeron bajo las bombas y balas del accionar del marxismo.

A partir de allí, cada 1° de diciembre, me acompañaron en la recordación de mis queridos muertos, no sólo los camaradas de armas de Humberto, sino también numerosos amigos y otros que, sin serlo, se solidarizaron y me contuvieron en mi lacerante dolor.

El viejo Ejército se hizo presente en cada oportunidad, con capellán militar, guardia de honor, ofrenda y trompeta de silencio.

Así hasta hace algunos años atrás, cuando el gobierno protector de los “jóvenes idealistas”, ordenó a los cobardes integrantes del nuevo ejército a bajar cuadros y humillarse, prohibió a los integrantes de las tres fuerzas armadas – con amenazas de sanciones y arrestos – a vestir uniforme en la concurrencia a los actos, hasta llegar al extremo de impedir – so pena de darles de baja – la asistencia a los mismos.

También en la sociedad se fueron produciendo cambios generacionales. Los jóvenes adultos de hoy, niños apenas, en aquella tenebrosa década del 70, crecieron conociendo, primero, una verdad a medias para, finalmente en los últimos seis o siete años, sufrir de manera compulsiva el cuento de una historia sesgada, distorsionada, perversa sobre la verdad de los acontecimientos y sucesos vividos por el país. Qué decir de aquellos jóvenes que nacieron muchos años después de la época de plomo.

Y también mi país, mi querida Argentina, esta noble nación cuya tierra fue regada con la sangre de tantos inocentes desde el comienzo de su historia … cambió.

Hoy el odio, el rencor, el deseo de venganza, la corrupción, la injusticia, la inseguridad, han dividido a los argentinos. Los ha enfrentado nuevamente. No ya en una guerra revolucionaria con las armas, sino en la peor de las guerras revolucionarias, la que se lleva a cabo desde el poder.

Los que me conocen, saben, ciertamente, de mis sentimientos hacia toda esta situación. Saben de mis profundas convicciones cristianas, por una Argentina en Paz, sin rencores, pero con Justicia para todos.

Estoy convencida de que si cada uno de los argentinos pusiera una mínima parte de voluntad para perdonar, todo sería distinto. Yo ya lo hice. Perdoné a los asesinos de Humberto y Cristinita.

Esta convicción y razones estrictamente personales me llevaron a tomar la decisión de que a partir de este año – y hasta que Argentina no se encuentre pacificada y los argentinos estemos en Paz con Dios y nosotros mismos – no realizaré ningún acto público de homenaje ni recordación a Humberto y Maria Cristina. Lo haré, sí, en la intimidad de mi dolor y mi silencio.

Es mi pequeño aporte hacia un país diferente. Un país que comprenda que solo con el perdón y la Paz encontraremos el desarrollo humano y social que hoy carece.

Pero que no se entienda que esta decisión significa mi claudicación a la lucha jurídica en la búsqueda de una VERDAD HISTÓRICA, por una MEMORIA COMPLETA y de JUSTICIA PARA TODOS.

Pido a aquellos que siempre me acompañaron con su presencia y también a los que lo hicieron espiritualmente, y que el próximo 1° de diciembre deseen rendir su homenaje, que simplemente tengan presente en sus oraciones a mis dos seres queridos.

A la prensa en general le digo, con todo el respeto que merece, que no otorgaré entrevistas ni diálogos de ningún tipo. Sepan, los medios, disculparme.

Afectuosamente.
María Cristina Picón

CELTYV acompaña a las familias Viola y Picón en su dolor y reafirma su compromiso de trabajar por el reconocimiento de los derechos humanos para las víctimas del terrorismo, su labor de difusión de la verdad histórica y su lucha contra la impunidad de los terroristas.

Asimismo informamos que el próximo martes 1º de diciembre, a las 11 hs. en los Tribunales Federales de Tucumán se celebrará la audiencia oral donde los abogados de la Familia Viola expondrán los argumentos que pretenden obtener la nulidad de la sentencia del Juez Bejas, donde se le impedía a la familia la apertura de la investigación judicial que declararía al crimen como de lesa humanidad. Se invita a concurrir a todos aquellos que quieran expresar su apoyo a la Familia Viola.

¡CELTYV por y para las Víctimas!
www.victimasdeargentina.org

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Reflexiones de un argentino II

Reflexiones de un argentino II
Por Guillermo V. Lascano Quintana

Desde hace ya demasiado tiempo se está tergiversando la historia y pretendiendo imponer un relato falso o sesgado de los acontecimientos ocurridos en la Argentina y en el mundo, de lo que surgen conclusiones erradas y visiones imaginarias, que dañan a la sociedad pues se asientan en mentiras.

Con una falta de realismo rayana en el suicidio social, se abordan, desde la ignorancia, cuestiones serias, con el desparpajo propio de la irresponsabilidad.

El desprecio por la verdad con que se abordan cuestiones trascendentes, se agrava por la intencionalidad de quienes pretenden imponer una moral relativista y superficial, contando con la complicidad, por negligencia, en algunos casos e intencionada en otros, de los medios de difusión, de intelectuales de pacotilla y de una juventud anestesiada y confundida, precisamente por los mensajes que recibe y los ejemplos que pululan.

Hoy me ocuparé del tema de las fuerzas armadas.

Es de una obviedad que no requiere demostración que nuestro país necesita fuerzas armadas. La extensión de su territorio, las largas fronteras, las nuevas amenazas (tráfico de armas, drogas y personas) y la realidad de un mundo en el que los conflictos armados subsisten y en algunos casos se hacen más agudos que en el pasado (terrorismo internacional), requieren la existencia de hombres y armas y sobre todo de una planificación de la defensa.

Sin embargo, por motivos ideológicos, se ha difundido la tesis y en los hechos la praxis, de desarmar a la nación y dejar librada su existencia a la buena voluntad de terceros, que no tienen nuestros mismos intereses.

Para así actuar el gobierno y sus aliados han recurrido a la saga del terrorismo de Estado, que imputan a integrantes de las fuerzas armadas.

Esta imputación merece algunos comentarios. Se le quiere hacer creer a la población – sobre todo a la más joven – que los militares que reprimieron el ataque de la guerrilla terrorista, lo hicieron salvajemente, sin apoyo de la ciudadanía y sin fundamento.

Aunque se quiera mentir sobre el pasado, es tan evidente que los terroristas iniciaron la guerra, que la Cámara Federal que juzgó a los líderes (juicio a las juntas), lo puso expresamente de manifiesto en su sentencia.

Hoy asistimos a la venganza disfrazada de justicia, método ideado para desprestigiar a la fuerzas armadas, haciéndolas responsables de todos los males.

Pero quienes vivimos en aquel tiempo sabemos que aquellas reaccionaron frente a un ataque armado, con claras intenciones revolucionarias extremistas y financiado desde el exterior.

El propósito evidente de quienes ahora conducen e instrumentan la venganza, no es impartir justicia, ni reparar excesos, sino, lisa y llanamente, dejar al país indefenso.

La excusa es la violación de los derechos humanos, pero la realidad es el desprestigio de las instituciones armadas, la falta de fondos suficientes para su desempeño, el relegar casi a la ignorancia, el rol que tienen en cualquier sociedad organizada.

Ese propósito ya ha sido advertido por la ciudadanía, que está reaccionando, todavía tímidamente.

Hay que esclarecer al soberano, lo que no es sencillo, toda vez que muchos jueces, violando preceptos constitucionales, se suman al ataque que, además, es impunemente acompañado por comentaristas enceguecidos o cómplices.

Hay que emprender la tarea de contar la verdad y sobre todo evitar la espiral de venganzas que, inútilmente, gasta energías necesarias para construir un futuro mejor, con paz y progreso para los argentinos.

gl@ledesmaabogados.com.ar

viernes, 23 de octubre de 2009

El mito de “La noche de los lápices”

El mito de “La noche de los lápices”
Por Agustín Laje Arrigoni

A poco de haberse cumplido un nuevo aniversario de los sucesos que llevaron por nombre “La noche de los lápices”, dogma setentista ineludiblemente conmemorado en los ámbitos educativos año tras año, es dable efectuar un riguroso análisis que al tiempo que nos aleje de la estrafalaria historieta, nos aproxime a la verdad histórica.

En efecto, el mito de marras es la crónica –supuestamente real-, primero hecha libro (escrito por M. Seoane y H. R. Nuñez) y luego película (dirigida por Héctor Olivera), de un simpático grupo de inquietos adolescentes que bregaban por una inocente y solidaria rebaja del boleto estudiantil, siendo sus travesuras más osadas dejarse el pelo largo y pronunciar consignas a favor de los pobres.

Por estas y no otras razones, los intolerantes militares los secuestraron, torturaron y por último los mataron a todos menos a uno de ellos, Pablo Díaz, quien sobrevivió para luego contarnos a nosotros lo presuntamente ocurrido.

Con este maniqueísmo desmesurado y rayano en lo grotesco, el filme de Olivera se constituyó en un clásico del cine argentino, sin que prácticamente nadie se atreviera a contrastarlo.

Vale destacar que el peso específico del mito es de tal envergadura, que además de proyectarse la cinta de La noche de los lápices en todos los institutos educativos todos los 16 de septiembre (día en que hipotéticamente sucedieron estos hechos), increíblemente la legislación nos impone: “Instrúyase en la provincia de Buenos Aires el 16 de septiembre de 1976 como día de los derechos del estudiante Secundario”.(1)

Asimismo para esta fecha los alumnos deberán practicar con sus profesores extensos “debates” (que de debates no tienen nada puesto que hay un discurso único e incuestionable) y charlas referidas al acontecimiento. Inclusive existe una canción alusiva compuesta por el cantautor canario Rogelio Botanz, que entre otros desvaríos dice: “Desde entonces, saco punta a la memoria, con crayones, a colores, te dibujo una canción, que es un corazón con su flechita y Claudia y Pablo, a cada lado, para siempre un mismo amor. Claudia, sabrás… desde entonces San Silvestre es el patrón de recordar y cada noche de los lápices escribe una vez más en la cola de un cometa: ‘DONDE ESTÁN?’”.

No debiera extrañarnos si el extravagante “Piti” Álvarez o los rústicos “Pibes Chorros” en su próximo single lucran también con la memoria de “los chicos de la noche de los lápices”. ¡El setentismo es un mercado de infinitas posibilidades!

Empero, lo cierto es que la versión oficial de La noche de los lápices se asemeja más a una novela del galán Pablo Echarri que a un suceso histórico. En rigor, al parecer ni Pablo Díaz fue el único sobreviviente, ni el grupo de estudiantes que fueran detenidos por las fuerzas del orden eran muchachos inofensivos que tan sólo pedían una rebaja en el boleto estudiantil.

Miles y miles de jóvenes participaron de aquellas manifestaciones que tuvieron lugar un año antes de las detenciones (en 1975), por lo que resulta absurdo creer que las Fuerzas Armadas y sus aceitados aparatos de inteligencia hayan podido detectar a tan sólo diez de ellos y con un año de dilación.

Entonces es dable preguntarse: ¿Por qué algunos fueron detenidos y otros no? ¿La lucha por el boleto estudiantil, como reza el mito, fue la causa del trágico destino de estos jóvenes?

Con destacable honestidad y efectuando un homenaje respetuoso a su hermana caída en la guerra revolucionaria, más precisamente en el hecho que estamos analizando, el ex montonero Jorge Falcone (hermano de María Claudia, la co-protagonista del filme), señala que: “Mi hermana no era una chica ingenua que peleaba por el boleto estudiantil. Ella era toda una militante convencida […]. Ni María Claudia ni yo militábamos por moda. Nuestra casa fue una escuela de lucha. […] La construcción ideológica de María Falcone y de quien les habla no fue libresca. […] Nadie nos usó ni nadie nos pagó. No fuimos perejiles como dice la película de Héctor Olivera…fuimos a la conquista de la vida o la muerte”.

Dejando constancia de las razones reales de la detención de su hermana, Jorge Falcone agrega que “en el departamento donde cayó mi hermana se guardaba el arsenal de la UES de La Plata. Mi hermana no cayó solamente por el boleto secundario… La compañera María Clara era su responsable. No se agarraron a los tiros con el pelotón que las fue a buscar por no hacer mierda a los vecinos en un edificio de departamentos. No porque no querían o no podían”.

El ex guerrillero adiciona también una anécdota importante sobre el estreno del falsario filme: “Cuando se dio la película, yo fui llevado en andas con Pablo Díaz, el sobreviviente, del cine al Obelisco. Allí dije que mi hermana estaba en la clandestinidad con documento trucho, que respondía a una orgánica nacional revolucionaria. Eso puso a todos nerviosos. No querían escuchar esas cosas”.

Finalmente, por si dudas quedaran, Falcone sentencia: “Mi hermana no era una Caperucita Roja a la que se tragó el lobo […]. Era una militante revolucionaria. […] Era miliciana. El miliciano era un tipo que podía revolear una molotov en un acto relámpago… También podían hacer una acción de apoyo a un acto militar de mayor envergadura”.

Y al respecto, ejemplifica: “Como cuando participamos en una serie de actos relámpago que sirvieron de cerco (nos enteramos después) en agosto del `75 para el hundimiento de la Fragata Santísima Trinidad”. (2)

¿No sería más lógico pensar que Claudia pudo haber sido detenida por haber participado de este atentado terrorista y por poseer en su hogar un arsenal de guerra de la UES en lugar de ser perseguida por una insulsa manifestación estudiantil?

El 15 de septiembre de 1998 el diario de tendencia marxista Página 12 sorprendía a todos haciendo un reportaje a Emilce Moler, una de las “jóvenes sensibles” vinculadas a los sucesos de La noche de los lápices. La nota fue relevante principalmente porque quedaba en evidencia la falacia de que Pablo Díaz era el único sobreviviente, puesto que Moler dejaba constancia de que Gustavo Calloti (otro de los involucrados) vive en Francia y otra joven también protagonista del hecho, Patricia Miranda, en La Plata.(3)

Por otro lado, la reporteada explicaba que “no fue exclusivamente la lucha por el boleto, eso era un objetivo superfluo que fue utilizado buscando reivindicar la militancia. […] No creo que a mí me detuvieran por el boleto. La lucha fue en el año 75, además no secuestraron a miles de estudiantes que participaban en ella”.

En otro medio gráfico, Moler denuncia que “en la sociedad quedó instalado que había sido la marcha por el boleto estudiantil, pero el problema era que militábamos y con eso relaciono nuestra detención”.

Es necesario destacar que cuando la entrevistada habla de militar, se refiere a militancia en la UES, es decir, en una fachada del terrorismo montonero.

Prosigue Moler: “El boleto había sido un motivo claro para organizarnos, pero ocurrió en el `75. Fue mucho antes de nuestras detenciones”. Sobre la cantidad de sobrevivientes, expresa contundente: “Siempre fui fiel al relato de que éramos cuatro los sobrevivientes”.(4)

En lo que respecta al supuesto único sobreviviente Pablo Díaz, presentado en el embustero filme como un cariñoso adolescente de inmaculados sentimientos, en rigor de verdad formaba parte del aparato terrorista del PRT-ERP, ya que “militaba en el Frente Estudiantil de la subversión de la JG (Juventud Guevarista), rama que englobaba activistas del PRT-ERP inscriptos en institutos educacionales, de donde se extrajeron primordialmente renovadas camadas terroristas.

Fue de esa militancia castro-guevarista (es decir marxista-leninista) nunca desmentida y ahora reafirmada por el propio interesado, que el casi veinteañero Díaz (un poco grande para estudiante secundario) resultó detenido entre 1976 y 1980”.(5)

Algunos años después, y ya siendo no tan joven, “Pablo Alejandro Díaz hizo conocer su filiación al grupo terrorista MTP (Movimiento Todos por la Patria), prolongación del ERP, comandado por el asesino Enrique Gorriarán Merlo, que en 1989 asesinara a diez soldados e hiriera y mutilara a otros sesenta durante el ataque terrorista al Regimiento 3 de Infantería Mecanizado ‘General Belgrano, en La Tablada”.(6)

Las pruebas están a la vista y son brindadas por los propios protagonistas del difundido suceso: la historia oficial de La noche de los lápices no es más que una patraña, una total y completa ficción. En efecto, miente cuando dice que hubo un solo sobreviviente, dado que cuatro de los implicados, para la dicha popular, viven según quedó documentado; y miente cuando sostiene que fueron perseguidos tan sólo por “bregar por el boleto estudiantil”, cuando sus propios protagonistas afirman lo contrario: fueron detenidos por formar parte de estructuras vinculadas al terrorismo subversivo.

A efectos de evitar malas interpretaciones por parte del lector, vale aclarar que en modo alguno pretendemos justificar los métodos para combatir al terrorismo que diseñó el peronismo en democracia (con la Triple A primero y con los decretos de aniquilamiento después) y que continuaron empleando las Fuerzas Armadas luego de marzo de 1976.

Sin embargo, estamos convencidos de que la falaz versión oficial de “La noche de los lápices”, lejos de ser un aporte a la memoria de los caídos en el acontecimiento, no constituye más que una grotesca burla y rotunda falta de respeto contra estos jóvenes combatientes que cayeron en la guerra revolucionaria que sus organizaciones guerrilleras le declararon al pueblo argentino en los años `70.

*(El autor tiene 20 años, es estudiante universitario y autor de numerosos artículos de opinión e investigación sobre los años 70´. Está culminando su primer libro en la materia, que será publicado a principios del año que viene).

Fuentes:
(1) Ley provincial 10.671, 31 de agosto de 1988. Citada en Márquez, Nicolás. La mentira oficial. El setentismo como política de Estado. 3º ed. Buenos Aires, Edición del autor, 2007. p 309
(2) Gorbato, Viviana. Montoneros. Soldados de Menem. ¿Soldados de Duhalde?. Buenos Aires, Sudamericana, 1999, pp. 96-97-98
(3) Datos citados en Márquez, Nicolás. La mentira oficial. El setentismo como política de Estado. 3º ed. Buenos Aires, Edición del autor, 2007, p. 253
(4) Diario Hoy. La Plata, Argentina. 14 de septiembre de 2006.
(5) Revista Cabildo, Nº 128, Buenos Aires, 1989. Citado en Márquez, Nicolás. La mentira oficial. El setentismo como política de Estado. 3º ed. Buenos Aires, Edición del autor, 2007, p. 252
(6) Márquez, Nicolás. La mentira oficial. El setentismo como política de Estado. 3º ed. Buenos Aires, Edición del autor, 2007, p. 252
agustin_laje@yahoo.com.ar

miércoles, 14 de octubre de 2009

6 DE OCTUBRE DE 2009

Las hermanas Donda y dos posturas sobre la última dictadura. (LA NACION)

Victoria y Eva son hijas de desaparecidos; mientras la primera reclama desde su banca de diputada la revisión del terrorismo de Estado, la segunda pide poner fin a "los rencores".

Es hija de desaparecidos y una de tantos nietos apropiados por los militares.

Su hermana, Victoria, es una voz que permanentemente denuncia los crímenes de la dictadura.

Sin embargo, ella, Eva Donda, decidió ser una de las oradoras del acto organizado por la Asociación de Familiares y Amigos de las Víctimas del Terrorismo en la Argentina, que pide que sean juzgados los integrantes de ERP y Montoneros por los hechos de los años 70.

"Yo respeto lo que piensa mi hermana y no tengo nada que decir de lo que piensa Victoria, pero yo pienso diferente. El afecto que siento por ella es aparte. Las diferencias que tenemos respecto de lo que pasó en la época de la dictadura son diferencias que pienso que tiene todo el país", dijo Eva Donda en diálogo con radio Mitre.

La joven indicó que decidió hablar porque está "cansada" y porque quería demostrar su "punto de vista" sobre lo sucedido en la última dictadura.

Ayer, llamó a "dejar los odios y rencores de lado" y a ponerse a "trabajar todos juntos por el país".

Eva Donda aseguró que sigue sufriendo porque la persona que la crió "está presa" y dijo que cree que hay muchos otros en esa situación "porque hay muchos chicos que se criaron con militares".

Su hermana Victoria, que había hablado minutos antes con la misma radio, expresó que "es difícil de entender" la actitud de Eva.

"Es complicado saber que la persona con la que más compartís, por lo menos en materia genética, defienda a quienes asesinaron a tus padres ", expresó la diputada del bloque Encuentro Popular y Social.

Las hermanas Donda fueron criadas por su tío Adolfo Donda, un militar involucrado en la desaparición de su propio padre.

"Yo no quiero discutir con ella [en referencia a su hermana Eva]", aclaró la diputada Victoria Donda, quien sí consideró "una actitud realmente deleznable" la de quienes organizaron el acto y le pidieron a su hermana "que hablara desde lo afectivo".

En este sentido, dijo tener constancia de que quienes le pidieron eso fueron el propio Adolfo Donda, detenido por crímenes de lesa humanidad, y su esposa.

"Eva Daniela es mi hermana y creo que esto le hace mucho mal", agregó Victoria, quien dijo "no encontrar palabras" para expresar lo que sintió anoche cuando se enteró de que su hermana había pronunciado ese discurso.

En este sentido, Victoria dijo comprender que Eva sienta "que les debe mucho" a quienes la criaron y admitió que ella también. Pero sostuvo que "nunca pediría impunidad".
"Cada uno tiene que asumir las responsabilidades de lo que hizo", concluyó.

martes, 29 de septiembre de 2009

AL GRAN PUEBLO ARGENTINO ....AUSENTE

Sr Director:

Se ha hablado con indulgencia de los jóvenes que en la década del 70, según ellos por ideales, colocaron bombas, sembraron el terror entre la población asesinando a mansalva a civiles, policías y militares; secuestrando personas pidiendo rescate; dispuestos a todo para lograr el poder y desde ahí imponer, vaya a saber qué nueva forma de organización política y social en la patria nuestra.

Para ellos todo fue válido: el asesinato artero por la espalda; la colocación de bombas en edificios públicos; la instalación de cazabobos en puertas, correspondencia, edificios y autos; el asalto a cuarteles y asesinato de conscriptos; el robo de aviones; el apriete a jueces, profesores y empresarios; el homicidio de inocentes, viejos, jóvenes y niños; la infiltración en familias elegidas como objetivos, enviando adolescentes para acercarse a ellas, haciéndose pasar por amigos de los hijos para luego, una vez ganada la confianza, colocar una bomba en el hogar que los recibía y cobijaba.

Nada los detuvo: ni el arribo de un electo presidente popular como Perón, ni la propuesta de éste a integrarse en el nuevo gobierno acatando el orden instituido.

Hoy el gobierno; ante la indiferencia de los otros poderes del Estado y de gran parte de la sociedad, que no hace nada para que estos tengan una condena legal y moral por los atroces hechos realizados; contiene y paga sueldos a muchos de ellos, ahora devenidos en respetables y prósperos mayores de sentir democrático miembros del parlamento o del ejecutivo.

Dicen que no son crímenes. Que no son crímenes de lesa humanidad. El adjetivo califica al sustantivo; pero no modifica su entidad; son “Crímenes”.

Ninguna sociedad civilizada deja a los criminales sin sanción, y menos los cobija con honores, puestos y consideraciones. Parecería que quienes nos gobiernan están enfermos. No advierten la diferencia entre lo que está bien o de lo que está mal. No hay sanciones para aquellos a los que algunos, también comprometidos, llaman “jóvenes idealistas”.

Sí hubo otros jóvenes; que por ideales abrazaron la carrera de las armas: los que voluntariamente se sometieron a una dura escuela de carácter y formación profesional militar con el único objetivo de servir y defender a la patria, acatando las disposiciones legales existentes en un Estado de derecho, en donde la sujeción del militar es mayor que la del civil, pues sus leyes particulares lo constriñen, lo obligan a actuar de acuerdo a reglamentos y procedimientos que en una guerra deben ser diferentes a los que se aplican en los períodos de paz.

Esos jóvenes de entonces, por orden de un gobierno constitucional que no podía, con las fuerzas de seguridad, ni con una justicia jaqueada, atemorizada y amenazada de muerte si sentenciaban, contener el avance de los terroristas montoneros y erpianos, entre otras organizaciones guerrilleras, fueron a una guerra no querida ni deseada; pero allá partieron, con decisión y coraje a defender lo que consideraron los derechos sagrados de los argentinos.

Cumpliendo con su rol en la organización social del Estado, con total entrega no vacilaron en tributar al país con la sangre propia; en sacrificar la juventud y familia para lograr la deseada paz con la fuerza de las armas. La situación así lo requería. Estos y no aquellos, fueron los verdaderos jóvenes idealistas.

Dicen que hubo errores. Los que dicen lo que dicen no saben que no ha existido en la historia de la humanidad guerras asépticas. Por eso no pueden juzgarse con criterios de la paz, que por otra parte fue obtenida gracias a ellos, los hechos que ocurrieron en una guerra.

Hoy están siendo abandonados, vilipendiados, maltratados por ciertos sectores de la sociedad que les deben la paz que disfrutan. Están en cárceles comunes, la mayoría sin proceso. Se que no les duelen las privaciones.

Tienen el alma herida por la ausencia de reconocimiento.

Hay dolor, hay valor, hay esperanza. Esperanza de que los jueces adviertan que no son los jueces naturales de esos hombres, pues cuando les ordenaron ir a la guerra había leyes y justicia militar para juzgar sus conductas. Hoy han sido derogadas. No pueden juzgarse hechos retroactivos sino con las leyes en vigencia de entonces.

Conozco perfectamente a esos estoicos guerreros. Siempre me sentiré en deuda con ellos. La sociedad debería solidarizarse contra este atropello.

En la actualidad, muchos de los que provocaron el caos, terroristas guerrilleros que además contribuyeron con su accionar a fundamentar el golpe de estado del 76, disfrutan de las mieles que les otorga el ejecutivo y del dinero de todos los argentinos, ante la complaciente mirada de los otros poderes del Estado.

La patria está rota. El espíritu de lucha de los hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas y de Seguridad y sus familias está quebrado. Estamos indefensos. Para defenderse no sólo hacen falta medios y entrenamiento; hace falta voluntad.

Y en la ausencia absoluta de la autoridad y fortaleza espiritual para imponer el orden, avanza generalizada la delincuencia que se apropia, hasta por diversión, de las vidas de los argentinos.

Y el gobierno en lugar de fortalecer las instituciones armadas, con reconocimientos materiales y simbólicos, para que nos brinden protección, nos da fútbol; nos da circo, pero no pan.

Jorge Augusto Cardosojcardoso@fibertel.com.ar

LOS DESAPARECIDOS

LOS DESAPARECIDOS. Las guerras de toda la vida.
Por Horacio Vázquez Rial

Periodismo de Verdad: 21 de Agosto de 2009

A principios de este año, en Buenos Aires, estuve a punto de escribir un artículo sobre este asunto. Estaba harto de la obviedad de que los desaparecidos no fueron 30.000, de saber que ésa es una cifra política y de que la real se puede estimar con considerable aproximación. Pero sabía que si yo lo decía, lo escribía, lo gritaba, nadie me iba a hacer caso o, lo que es peor, se iban a tomar medidas contra mi persona por semejante atrevimiento.

Ahora, finalmente, una madre, de las históricas, de la Plaza de Mayo, con una interesante –y poco clara– historia política a sus espaldas, publica un libro y lo dice. Ella tiene la autoridad de la que yo carezco porque a mí sólo me desaparecieron gente querida, con la que no tenía más lazos que los de un afecto que, muchas veces, son más poderosos que los de sangre, y fueron a buscarme a mí exactamente una semana después de establecerme en España. En esta época en que ser víctima es un mérito, no posee uno las credenciales necesarias para tratar determinados temas. Como si de Auschwitz sólo pudieran hablar los que estuvieron allí: ¡ya quisieran los negacionistas que no hubiese historiadores capaces de repetir el relato todas las veces que haga falta!

Graciela Fernández Meijide perdió un hijo a manos de las fuerzas conjuntas –expresión en la que cabe desde el ejército hasta cualquier grupúsculo de torturadores amateurs que trabajaran cobrando de la caja B o mediante la retención de botín. Después hizo política. Fue decisiva, precisamente por su condición de madre de desaparecido, de activista de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y de miembro de la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) en el triunfo electoral de la Alianza que llevó al gobierno –que no al poder– a Fernando de la Rúa. Éste la designó ministro de Desarrollo Social, al que pertenecía el PAMI, el instituto de obra social para jubilados y pensionados, a cuyo frente cometió el error de designar a un cuñado: naturalmente, le llovieron acusaciones de corrupción y terminó apartándose del equipo presidencial.

Ahora, la ex senadora, ex ministra, ex casi todo, publica un libro y dice que no hay 30.000 desaparecidos, sino 9.334, después de la última corrección (la cifra previa era de 8.961, es decir, 373 menos). Entre 1984 y 2006, fechas a las que corresponden esas cifras, se añadieron denuncias que no se habían hecho en su momento, cuando la CONADEP produjo su célebre informe, conocido como “informe Sabato”. El que en veintidós años la suma agregada sea de alrededor de 400 personas altera muy poco la realidad de que no hubo 30.000.

¿Por qué una parte de la sociedad argentina, y con ella el Gobierno neoperonista y neomontonero, es tan reacia a aceptar ese hecho?

Porque el hecho no viene solo. Viene con otra cifra y otro concepto. No cambia moralmente nada el que el número sea menor, pero cambia la relación con las bajas del ejército, la marina y la aeronáutica, que fueron en el mismo período alrededor de 1.800, en combate y por atentado. Y, a partir de allí, cobra cierta validez la idea de que lo que tuvo lugar entre 1973 y 1983 en la Argentina fue una guerra.

No hay un solo militante de la izquierda montonera, que hoy gobierna o finge hacerlo, que acepte eso. Decir que hubo una guerra equivale a dar sostén a la “teoría de los dos demonios” –así se la llama–, que es la doctrina oficial de la dictadura: guerra antisubversiva.

Lo que ellos dicen es que hubo simple, puro y llano terrorismo de Estado frente a los miembros de las organizaciones armadas y otras, también revolucionarias, que habían elegido métodos menos contundentes.

Pero al principio de aquel infierno, yo formaba parte de una de las organizaciones armadas, concretamente el Ejército Revolucionario del Pueblo, en la fracción 22 de agosto (fecha que evocaba el asesinato de un grupo de militantes en la cárcel de la localidad de Trelew), trotskista. Y me consta que el ERP 22 le declaró la guerra, formalmente, al ejército argentino –en algún sitio, entre mis papeles, he conservado un panfleto que invita a sumarse al combate–, en la línea guevarista de crear todos los vietnames posibles.

Y exactamente lo mismo hicieron los montoneros, incalculablemente más numerosos y mejor organizados. Éste es un hecho fundacional, innegable, objetivo. En modo alguno una teoría de la dictadura.

Por eso, medio mundo se ha puesto nervioso, y hasta el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Eduardo Luis Duhalde –homónimo del que fuese presidente circunstancial después de la caída de De la Rúa, pero sin siquiera vínculo familiar–, ha escrito a Fernández Meijide diciéndole con preocupación que sus declaraciones han producido “regocijo” entre los asesinos: “El único registro fehaciente de la cantidad de víctimas asesinadas, su identidad y destino final sólo está en poder de los asesinos. De aquellos que mientras pregonan que su accionar fue ‘justo y en defensa de la patria’ ocultan todo dato, sabiendo que su proceder fue abiertamente criminal”, dice Duhalde en su carta.

Se trata de una falacia evidente, porque cada familia sabe perfectamente cuántos de sus miembros faltan, y las familias que han desaparecido en su totalidad son muy escasas: siempre queda alguien que recuerda, y es muy raro el que no haya denunciado cuando, durante el Gobierno de Raúl Alfonsín y en el proceso a las juntas militares, se invitó a todo el mundo a hacerlo.

A esto se ha añadido una propuesta por parte de Fernández Meijide, cuyo objetivo, tal como ha sido trasladada por la prensa, es cuando menos confuso: la idea es cambiar con los procesados por crímenes contra la humanidad –un grupo muy reducido y de mucha edad– información por reducciones de pena. ¿Qué información? A juzgar por la carta de Duhalde, la cantidad, la identidad y el destino final de los desaparecidos. De eso, lo único que cuenta es el destino final, porque de los desaparecidos se sabe la cantidad –aunque se localizara alguno más, no pasarían de, sirviéndonos del ejemplo del que se dispone, cuatrocientos en veintidós años, si es que dentro de ese lapso queda alguien vivo para contarlo– y la identidad. Y del destino final, poderosos intereses políticos, que han fragmentado el movimiento por los derechos humanos, se niegan a averiguarlo. Paso a explicar esta última aseveración.

En los primeros tiempos de su gobierno, Alfonsín reunió a las Madres de Plaza de Mayo en la Casa Rosada y le explicó que se había descubierto un enterramiento de desconocidos y que se iba a proceder a la identificación de los cuerpos por todos los medios, empezando por el ADN. Un sector de las madres estuvo de acuerdo en llevar adelante esa política y hacer aflorar todos los cementerios clandestinos de la dictadura, identificando a los inhumados. Ese sector es el hoy denominado Madres-Linea Fundadora. Otro sector, el que conserva el nombre genérico de Madres y que dirige Hebe de Bonafini, se opuso, repitiendo ante el presidente el eslogan “vivos se los llevaron, vivos los queremos”.

Sabía la benladenista y proetarra Bonafini que no había nadie vivo, pero el que los cadáveres permanecieran en la bruma y el anonimato les otorgaba a ella y a su grupo un enorme poder político: esta mujer tiene entrada libre y sin cita previa en la Casa de Gobierno, y forma, junto con los piqueteros nazis y los sindicalistas leales, el frente de agitación del kirchnerismo, cuyos beneficios se extienden también al señor Duhalde.

Lo sepan ellos o no, lo que ha hecho Fernández Meijide es dar entrada en la historia, en el pasado, lo que hasta aquí se consideraba presente, y que se maneja en la propaganda como presente.

Ya toca asumir la dictadura como lo que es: un suceso de otra época, que se mantiene en coma, en estado vegetativo, en una sobrevida artificial, desde hace mucho. Que se juzgue a todos los que sea posible juzgar por crímenes contra la humanidad, a Astiz como a Demianjuk. Y que se acepte que esos crímenes contra la humanidad, como el secuestro y el tráfico de niños, o la apropiación de neonatos en los campos de concentración y tortura, son responsabilidad de quienes actuaron como terroristas desde el Estado en el curso de una guerra: lo único que los ex guerrilleros, que cometieron atentados y tomaron cuarteles dejando víctimas, pueden reivindicar en términos de superioridad moral es el no haber perpetrado crímenes de esa clase. Que no es poco, pero no es suficiente para cambiar la realidad.

vazquezrial@gmail.comwww.vazquezrial.com

sábado, 11 de julio de 2009

HISTORIA CON NOMBRE Y APELLIDO

Rescatando al sargento Villegas
Jorge Fernández Díaz
LA NACION

Los aviones ingleses bombardeaban a toda hora o pasaban a baja altura y ametrallaban las posiciones. Los combates cuerpo a cuerpo se habían desatado a pocos kilómetros del vivac y llegaban noticias de que las refriegas eran sangrientas en San Carlos y en Darwin.

Todos los días había "alerta roja", explotaban los misiles tierra-aire y la lluvia constante inundaba los pozos de zorro y los obligaba a levantar chozas con palos y chapas, enmascaradas con pasto.

Así y todo, hasta al horror de la guerra se acostumbra el hombre: la Compañía A del 3 de Oro dejó al soldado Esteban Tríes de cuartelero y marchó alegremente a bañarse.

El cuartelero recorría el campamento vacío cuando, de repente, oyó que alguien tiraba de la corredera de una 9 milímetros reglamentaria. Dentro de un pozo de zorro, un compañero tenía apoyado el cañón de su pistola en la sien.

Tríes había cumplido el servicio militar obligatorio en esa compañía del Regimiento de Infantería Mecanizado 3 de La Tablada. Antiguamente, sus oficiales llevaban una pechera amarilla y por eso es que todavía lo llamaban, con orgullo, "el 3 de Oro". Y cuando Tríes ya estaba trabajando afuera y estudiando ingeniería, el 8 de abril de 1982 recibió, en su casa de Villa Ballester, un aviso de reincorporación.

Un negrazo valiente que vivía en González Catán y que había instruido a Tríes lo quería a su lado en la guerra: el sargento Manuel Villegas, conocido por su extrema dureza y, a la vez, por su extraña sensibilidad de hombre bueno.

Sesenta días después, Tríes ya no era un simple conscripto que intentaba disuadir a un soldado de que no se volara la tapa de los sesos. Era un guerrero de Villegas con la responsabilidad de que no se perdiera ni un hombre ni una bala. Estuvo una hora entera tratando de que el soldado dejara la depresión, creyera que saldrían vivos de aquella guerra, soltara la pistola y saliera del pozo de zorro. Al final lo logró, y cuando Villegas regresó con el resto de la compañía no se dio cuenta de lo que había ocurrido. El soldado que había querido suicidarse en Malvinas entró luego en combate y fue herido, pero regresó entero a su casa. Y Tríes calló aquel pequeño pero grave incidente a pesar de que le debía lealtad total a su jefe, a quien había insultado por lo bajo durante la instrucción a raíz del rigor y fiereza con que Villegas los preparaba para la lucha. Pero con quien luego estableció una relación de respeto y afecto, y con el tiempo de amistad profunda.

Villegas era duro pero jamás cruel ni arbitrario. Un líder nato seguido por una soldadesca capaz de acompañarlo hasta el mismísimo infierno.

La Compañía "A" acampaba en medio de la nada, a varios kilómetros de Puerto Argentino. Nevisca, frío, hambre y tristeza. Y las detonaciones de las baterías enemigas cada vez más cerca.

Villegas se parecía a aquellos sargentos de los westerns de John Ford: hombres con más corazón que odio.

Su debilidad era otro soldado débil a quien todos llamaban Lupin, un huérfano total apellidado Serrezuela, que desde los siete años había vivido en el campo sin familia y sin destino, y a quien nadie jamás le había enviado una carta. A Villegas le daba lástima esa carencia. Así que le ordenó a un conscripto del grupo que le pidiera a su novia un favor: debía buscar a una amiga para que ésta escribiera de su puño letra una misiva dirigida a Lupin.

Cuando se hacían los corros para recibir la correspondencia, Lupin se quedaba atrás descansando o cumpliendo tareas. Sabía que en ese rito deseado no había nada para él. Pero un día el encargado del correo voceó por primera vez su apellido: "¡Serrezuela!". Y entonces Villegas vio que Lupin ni siquiera se mosqueaba. Como si no lo hubiera oído. "¡Serrezuela!", repitieron varias veces. Y nada. Lupin miraba distraídamente el horizonte. Villegas lo enfrentó: "Che, boludo, ¿usted no es Serrezuela?". Lupin pareció regresar del más allá: "Sí, pero yo no recibo cartas, mi sargento. Debe ser un Serrezuela de otra compañía". Villegas tomó el sobre y se lo entregó. La cara de Lupin se transformó como si hubiera descubierto un tesoro. Abrió lenta y cuidadosamente el sobre, leyó esas pocas líneas dirigidas a él y a nadie más, y después arrugó la carta contra el pecho y caminó mirando al cielo: "Gracias, Dios míos, gracias, gracias".

Eso no impidió que el sargento lo castigara con dureza por maltratar a su fusil, un pecado mortal en tiempos de batalla. El fusil es como la novia, soldado: se lo cuida, se lo mima y se lo lleva siempre consigo. No hacerlo equivale a poner en peligro a todos. Y Serrezuela no lo limpiaba y se lo olvidaba en cualquier rincón.

Villegas no tenía forma de saber que Serrezuela le salvaría la vida cuando le impuso una tarea extenuante: vaciar de agua todos los días de la semana aquellos pozos de zorro.

Una noche Lupin se acercó a la tienda de su jefe y pidió cruzar unas palabras con el sargento. Villegas salió al frío de mala gana, y entonces Serrezuela le dijo, en voz muy baja: "Máteme, mi sargento, yo no sirvo para esto, soy un estorbo. Pégueme un tiro; acá nadie se va a enterar que fue usted y nadie me va a extrañar". Villegas le pegó un abrazo de oso y le dijo: "Pedazo de hijo de puta, no digas eso". Se lo dijo con los dientes apretados y conteniendo las lágrimas.
No le gustaba a Villegas mostrar los sentimientos. Ni las flaquezas. A nadie había contado que cuando eran atacados el 1° de mayo por las ráfagas inglesas el sargento más bravo había empezado a temblar como una hoja. Por suerte, su tropa no lo había visto en esos renuncios, pero a partir de esa vergüenza íntima el sargento cargaba su propio calvario. Le rezaba todas las noches a Dios para que le diera temple en el combate y para que pudiera llevarse de este mundo a cuatro o cinco enemigos antes de morir. No rezaba para salvarse. Rezaba para irse al otro barrio con los honores que siempre había soñado.

A las dos de la madrugada del 14 de junio, el 3 de Oro recibió la orden de cargar armamento y municiones y avanzar sobre el cerro Tumbledown, vadeando el arroyo de Moody Brook. Se combatía en todas partes, y ese riacho no era muy ancho pero resultaba profundo y traicionero. Había luna llena y el cielo estaba lleno de rumores, bengalas, luces de misiles y toda clase de fuegos artificiales cuando Villegas y sus hombres se metieron en el agua y cruzaron dificultosamente con los fusiles en alto. Llegaron con frío y sin fuerzas a la otra orilla, pero escucharon la orden "¡A lo gaucho, carrera march! ¡Viva la Patria, carajo!". Y se pusieron de pie y empezaron a escalar el monte lleno de rocas.

Villegas, contra lo aconsejable, iba delante de todos trepando por esa ladera escarpada, cuando desde arriba los haces de luz de dos fusiles M16 con mira infrarroja le resbalaron por el cuerpo. Saltó en un segundo hacia el costado y evitó un proyectil, pero el segundo le entró por el abdomen y le estalló en el hueso de la cadera.

Villegas se tomó la panza y vio que le salía sangre a borbotones y que comenzaba a arderle como si le hubieran arrojado encima dos paladas de brasas de carbón. "Tiren -les gritó a sus soldados-. Tiren que están escondidos detrás de esas rocas."

Tríes no podía disparar sin correr el riesgo de balear a su propio sargento. "Córrase, que le voy a pegar", le gritó entre las piedras. "Tire igual que yo ya estoy listo." Como Tríes y Serrezuela no le hacían caso, Villegas se estiró para agarrar el fusil y entonces el francotirador le atravesó una mano de otro balazo. El inglés podía eliminarlo, pero prefería dejarlo fuera de combate. No tanto quizá por razones humanitarias sino por cuestiones estrictamente operativas: el manual indica que un herido ocupa a dos o tres soldados, y que hace más daño eso que matar lisa y llanamente a un enemigo.

Tríes le dijo a Serrezuela: "Vamos a buscarlo". El sargento se empezó a sacar el correaje y le gritó: "Tríes, quedate porque te va a matar". Tríes y Serrezuela se miraron en la oscuridad. Luego se incorporaron, arrojaron ostensiblemente los fusiles al suelo y levantaron las manos. Subieron en esa posición audaz quince metros hasta su jefe, lo tomaron de los brazos y lo bajaron hasta el lugar donde se habían parapetado. El inglés que los tenía en la mira dejó que hicieran todo eso sin apretar el gatillo.

Villegas pedía desesperadamente agua. Tríes le dio una botellita de whisky y le llenó la boca con trozos de nieve. Había que retroceder ya mismo. "Tríes -lo llamó Villegas-. No creas que me pongo en héroe, pero quiero que le avises a mi familia que me quedo acá. Contales de la forma que les duela lo menos posible, ¿sabés? A mí mujer decile que lamento no haberme casado con ella y a mi nena de tres años decile que, decile...." En ese momento se fue en llanto. Pero se contuvo. Lo agarró a Tríes de la solapa y le dijo, en un hilo de voz: "Meteme un tiro. Son ocho kilómetros hasta el pueblo. Yo ya estoy listo. Meteme un tiro, no me dejés sufriendo".

El soldado parpadeaba, anonadado por la orden. De pronto se rehizo y le dijo: "De ninguna manera, usted me debe un asado". Y entonces Lupin y Tríes agarraron al sargento, que pegaba alaridos de bronca y se resistía, le hicieron sillita de oro y lo pasaron por un pequeño puente sin que ningún inglés les disparara, mientras el combate seguía atrás y se tornaba cada vez más virulento.

La marcha de esos dos soldados llevando al sargento herido en la noche de luna llena fue penosa. Caminaron y caminaron, y Villegas perdió sangre y conciencia, y al final lograron encontrar una ambulancia. Subieron los tres y el chofer trató de llevarlos hasta el hospital de campaña, pero había demasiado hielo, resbalaron y volcaron en una cuneta. Salieron como pudieron de entre los hierros y siguieron adelante. Llegaron con el último aliento a ese hospital lleno de amputados y heridos, y le entregaron el cuerpo maltrecho de Villegas a los cirujanos. El sargento escuchó a uno de ellos que decía: "Le queda poco". Villegas alcanzó a decirles que no lo amputaran, que lo durmieran para siempre.

Al despertarse, varias horas después, vio a varios ingleses con fusiles en la mano. "No entiendo nada", susurró. Un enfermero le respondió: "No te preocupes, ya se arregló todo". Villegas seguía sin comprender. "Nos rendimos, macho -le aclararon-. Nos rendimos." Y Villegas se echó a llorar.
Tríes y Serrezuela ayudaron a los heridos y se acoplaron a otras tropas. Tríes recuerda que iban corriendo por Puerto Argentino y que las casas explotaban a su lado. También que algunos soldados comentaban los maltratos y las defecciones y cobardías de algunos jefes.

Regresaron a casa en el Camberra y se separaron para siempre en El Palomar. Eran fruto de una causa amada y luego aborrecida, venían derrotados y su karma era la marginalidad y el olvido.

El sargento regresó en un buque hospital. Tríes hizo lo que los superiores de su sargento no hicieron: lo visitó en el hospital de Campo de Mayo, donde Villegas estuvo un año y medio internado. Pero lo vio tan amargado y tan mal, que no quiso volver. Tampoco quiso hablar de Malvinas.

Estuvo veinte años vendiendo autos, haciendo negocios en el nefasto sube y baja económico del país y eludiendo prolijamente las anécdotas del pasado. Un día hizo un clic y lloró por primera vez, y comenzó a reencontrarse con los veteranos y a buscar a Villegas, que después de la kinesiología y de años y años de asistencia psiquiátrica, le decretaron un 45% de incapacidad y lo borraron de la carrera.

El viejo sargento estaba resentido con el Ejército: se fue a trabajar de chofer de colectivos y de remisero. Tuvo hijos y nietos. Y ya de grande quiso reencontrase con Tríes. Lo buscó por Castelar y finalmente lo encontró. Poco después los sacaron a los dos por la radio y hablaron por primera vez de lo que habían vivido en el cerro Tumbledown, en el arroyo de Moody Brook y luego en aquel monte siniestro donde los francotiradores ingleses estuvieron a punto de borrarlos del mapa.

Desde ese cruce se hicieron íntimos amigos. Asistieron juntos a escuelas a dar charlas, ayudaron a los veteranos más desvalidos, presentaron a sus familias, y comieron muchos asados. Hay un afecto especial entre ellos. Esa clase de sentimiento entre hermanos que florece solamente en la trinchera y en la solidaridad del dolor.

Un día, sin embargo, Villegas le dijo a Tríes que tenía una asignatura pendiente: encontrar a Serrezuela y explicarle por qué lo había castigado tan duramente en aquellas vísperas. Le debía esa explicación además de deberle la vida. Lo rastrearon a Lupin por toda la provincia de Buenos Aires, y sólo tuvieron una pista firme en el velatorio de un ex soldado. "Tenemos a un Serrezuela en Olivos -les dijo un veterano-. Pero apúrense porque tiene cáncer de pulmón y se está muriendo."

Hacía quince días que no se levantaba de la cama ni se afeitaba. Tríes le avisó a su esposa que él y Villegas lo visitarían esa tarde. La cita era a las dos, y Lupin hizo un terrible esfuerzo para levantarse, bañarse y pegarse una afeitada. Estuvo sentado en una silla esperándolos a los dos, que se atrasaron y recién pudieron llegar a las cuatro de la tarde. Les caían las lágrimas a los tres. Lupin lo llamaba "mi sargento", a pesar de que Villegas ya no tenía cargos ni ganas de tenerlos. "Usted va a ser siempre mi sargento -le dijo aquel huérfano congénito-. Usted ha sido mi papá." Villegas tragó saliva y le respondió: "Yo vengo a pedirte disculpas, Lupin, y a explicarte por qué te castigué aquella vez". No hacía ninguna falta, pero se quedaron hablando horas y horas de aquellos tiempos en los que fueron gloriosamente vencidos.

El viernes de la semana siguiente repitieron la visita, pero esta vez Lupin no pudo levantarse de la cama. "Esta noche me voy", les dijo, y lo sacaron carpiendo.

Al día siguiente, cuando Villegas cruzaba un peaje, sonó su celular. Era la mujer de Serrezuela: acababa de morir. Dio la vuelta, llamó a Tríes y llegaron cuando el cadáver todavía estaba tibio. En el velatorio, los veteranos de la zona pedían hablar con Villegas y abrazarlo como si fuera el sargento Cabral. Lupin les había hablado durante veinte años de aquel héroe personal que los había guiado durante sesenta días de sangre y fuego.

Acaban de filmar un documental con las odiseas calladas de este puñado de hombres. Su título es significativo: "14 de junio: lo que nunca se perdió".

En noviembre la esposa de Villegas lo llamó a Tríes para decirle que el viejo sargento había sufrido un golpe de presión y que no podía hablar bien. El viejo soldado sacó el auto y condujo a gran velocidad por el conurbano hasta encontrar a Villegas. Lo subió de apuro y apretó el acelerador por la autopista en busca del Hospital Militar. "Otra vez llevándote a un hospital, sargento -le dijo Tríes-. La puta madre, ya me estoy cansado de andar salvándote la vida."

Comenzaron a reírse.

Todavía se están riendo.

viernes, 10 de julio de 2009

LA HISTORIA REUNE, LA MEMORIA DIVIDE

7 de Julio de 2009
Pabellón de detenidos, Campo de Mayo

Bueno, aquí estoy. Se preguntarán a qué vine, por qué vine. Vine a refrendar con los hechos las palabras que vertí en la presentación del libro Volver a matar del Tata Yofre.

Vine a demostrar que soy consecuente.

Pero, vine fundamentalmente a conocer al otro y que el otro, en estos tiempos viscosos y de relativa paz, me pueda conocer. “Pensá siempre que, detrás de tu enemigo, hay un ser humano”.

El otro es aquel que nos mira, nos juzga y nos acompaña en la vida, en este haz de luz efímero que recorre la noche de la historia.

Y así, nos vamos yendo los unos y los otros, un poco antes, un poco de después, pero siempre dentro de los límites que Dios nos impuso.

No existimos el uno sin el otro. Somos omnipresentes en la Argentina de estos dos siglos.

No podrán escribir nunca la verdadera historia si se continúa negando la verdad, por más dura y cruel que sea, y la importancia de la guerra de los 70.

Ayer nos enfrentamos. Hablo en forma personal, sin metáfora alguna. Nos enfrentamos los que estamos en esta mesa: ustedes y yo, con el mismo odio, con la misma pasión, en nombre de la Patria.

Muchos caímos, otros estamos libres y otros estamos presos.

Pasaron más de treinta años y el rencor hizo nido en la memoria. Y ésta, tan frágil, tan emotiva y maleable, se adhiere a la conciencia popular como un hongo, un estupefaciente que hipnotiza e idiotiza. Y la idiotez tiene una capacidad de reproducción geométrica que no tiene la inteligencia.

Esta memoria fugaz y reproductiva que imposibilita la visión histórica de las últimas décadas fue instalada mediáticamente para sustentar la fábula del inocente y de los dos demonios.

Sólo existió un demonio al acecho y dos ángeles guardianes que combatieron entre sí en su profundo amor al país.

Es imposible luchar contra la popularidad de una memoria distorsionada. La utilización de la memoria es el instrumento, por excelencia, de las minorías autovictimizadas y exigentes en contraposición a la historia.

La memoria, como normativa de estudio del pasado, destruye la esencia de los valores históricos de un país, dificulta la construcción de una nación.

Esta historia fue contruída por nosotros.

Lic. Luis Labraña

De Honduras a Chávez, pasando por Irán

Honduras inquieta, pero quien preocupa es Chávez, auténtico culpable de esta insostenible situación

Sobredosis de Honduras, en mi viaje por Chile. Hierven los periódicos, las tertulias, las conversaciones de todos con todos.

En la cena que comparto con diputados de la Cámara, mayoritariamente de Bachelet, pero también de la oposición, el comentario es unánime. Hay que condenar el golpe de Estado - ¿contragolpe?-,pero…

Y el pero se convierte en la parte fundamental de una densa conversación, donde Honduras inquieta, pero quien preocupa profundamente es Hugo Chávez, auténtico culpable de la insostenible situación en el pequeño país centroamericano.

En su columna en el diario El Mercurio, Hernán Felipe Errázuriz habla de "las infecciones de Chávez", y recuerda que esas infecciones están enfermando de tal manera a las democracias que atacan, que lentamente van desapareciendo como tales.

Dice Hernán: "Zelaya creía que bastaba ser elegido para ser demócrata, como Hitler, Chávez y tantos otros".

En el diario Las Américas,Carlos Sánchez Berzaín mantiene la dureza de sus otros colegas y asevera: "La búsqueda del poder total de este neocomunismo, para destrozar a la democracia, es ya un molde".

Y, rematando, el analista Horacio Calderón habla de los "golpes de Estado blandos", que están proliferando bajo los auspicios bolivarianos.

Ciertamente, el intento de Zelaya de vulnerar la Constitución hondureña, perpetuarse en el poder y quebrar las leyes del país situó a Honduras al borde de un conflicto, que finalmente estalló de forma traumática.

Me decía un notable diputado chileno que Zelaya había destruido todos los puentes con la sociedad civil, hasta el punto de que ni la Iglesia le daba apoyo. Sin clases medias ni sectores dinámicos, sólo le quedaba el apoyo de los sectores rurales, a los que había bombardeado con el clásico populismo.

Nada es, pues, lo que parece en Honduras, y sobre todo no es lo que venden Zelaya y sus colegas del ALBA bolivariano.

Llama la atención que durante todo este tiempo la OEA no haya intervenido en el proceso colonialista del chavismo, y ahora se preste a expulsar al nuevo gobierno hondureño. Muy balanceados no son.

Y, por supuesto, aún llama más poderosamente la atención la actitud de la presidenta Fernández, hundida en las elecciones, atrapada en una crisis médica de más de 100.000 afectados por la gripe A, previamente negados para no dañar los votos, e inicialmente decidida a acompañar a Zelaya en su retorno a Honduras.

El aventurismo irresponsable de CristinaFernández se está convirtiendo en una peligrosa seña de identidad de su Gobierno, hasta el punto de que, hoy por hoy, es uno de los líderes del continente más desprestigiado.

Nada que ver, por supuesto, con su vecina Bachelet, cuyos aciertos políticos la han encumbrado en las encuestas.

Incapaz de gobernar adecuadamente a los argentinos, la presidenta se va a decirles a los hondureños cómo tienen que gobernarse.

Es más patético y resulta un chiste. ...

Fuente: La Vanguardia (Barcelona) / www. pilarrahola. com

domingo, 21 de junio de 2009

A TU SALUD, LUIS

"Difundo a continuación las palabras pronunciadas por el Lic. Luis Labraña, el día 11 de junio, en la presentación del libro del Tata Jofre, Volver a Matar".

"Quedé muy impactada... Estas palabras son pronunciadas por un ex terrorista... y muestran el camino de la pacificación... Gracias, Luis, por tu valentía... en tus gestos pudimos percibir la autenticidad de tu testimonio"


Buenas tardes, señoras y señores.

En primer lugar quiero agradecer muy especialmente al Tata Yofre por concederme el honor de estar participando en esta mesa y ante la presencia de Uds.

Me imagino que me miran con curiosidad y desconfianza...¡Es lógico! Días atrás, leyendo una crónica sobre Volver a matar, el periodista caracteriza a los dos guerrilleros entrevistados como personas que hablan desde el arrepentimiento.

¡Pensar que alguien me encuadra en la figura de un arrepentido me causa pavor. Me imagino a una persona destruida, con un dedo enorme marcando a sus compañeros por la calle.... Me imagino el mismo dedo indicándole a sus captores quién de la lista debía morir y quien debía vivir... Y me lo imagino, al inicio de la democracia, con ese mismo dedo, señalándole a los medios quiénes fueron los que le perdonaron la vida...

Asocio la imagen de un arrepentido más a la de un ingrato que a la de un traidor.La traición es circunstancial. La ingratitud es una de las malas condiciones humanas.

Por eso me veo obligado a aclarar que yo no soy un arrepentido. Yo no estuve cautivo. No sufrí apremios. No delaté a nadie. Y si hoy, por primera vez, aparezco en público u estoy aquí, en esta mesa frente a Uds, es por convicción. Por pura convicción!

Al leer el libro de Yofre, se activaron los vericuetos de mi memoria. Memoria es una hermosa palabra manoseada hasta la degradación. Recordé a Dixie, la quinta donde fui detenido aquel 14 de febrero de 1973. Recordé algunos momentos, algunos rostros, algunas situaciones: los días inciertos de incomunicación e interrogatorios, la certidumbre de muchos años de cárcel. Y sobre todo la actitud del Juez que se instaló a dormir en la misma dependencia en la que estábamos detenidos para garantizar nuestras vidas: estaba en manos de la Cámara Federal en lo Penal.

Pasaron 36 años y recién, gracias a Volver a matar, comprendo el inmenso valor político de esa instancia constitucional, creada por un gobierno de facto. Era evidente, para todos, menos para nosotros, que el gobierno del Gral. Alejandro Agustín Lanusse intentaba combatirnos con la ley en la mano, y eso habría una brecha democrática en el accionar de su gobierno. Pero nosotros no entendíamos nada de política real. La ideología se imponía al raciocinio y a la realidad. Éramos ciegos.

Bueno...Todos ya sabemos como continuó la historia.Este libro me conduce a la reflexión. Pienso que a muchos de Uds. también.

Volver a matar es la obra de un historiador y no, como el Tata humildemente se denominó en un programa radial: un cronista. En contraposición a las publicaciones de snobs contrafácticos que suelen pulular en los medios, éste es un libro científico. Cada palabra está respaldada por una meticulosa documentación. Es la obra, repito, de un investigador que sabe de estrategias. La riqueza de este libro va más allá de la rigurosidad histórica: Abre nuevos caminos a la actualidad.

Y ahora reflexiono en voz alta:Queda claro a través de la documentación el importante rol de Cuba en el desarrollo y crecimiento de la guerrilla. Había y hay intereses que van más lejos de la simple solidaridad revolucionaria. Hablo de los intereses geoestratégicos que tenía el bloque soviético y de los cuales Cuba era su más fiel aliado en América.

Cabe determinar si la guerrilla operó por espontaneidad y rebeldía. De lo contrario, estamos frente a una libre interpretación jurídica: el accionar de la guerrilla dentro de los delitos de lesa humanidad, por responder a las órdenes o intereses de un estado.Todos sabemos que las declaraciones del Tribunal de Roma son meras palabras, jurisprudencia para utilizar acorde a las necesidades e intereses del momento porque la guerra -en sí misma- es un delito de lesa humanidad. Y no hay tribunal en el mundo que pueda evitar una guerra. El antónimo de guerra es el vocablo política. La palabra paz es sólo un lindo momento que se goza entre la guerra y la política.

No nos hagamos más los pacifistas a conveniencia. Aquí hubo una guerra. Pese a lo que digan los vendedores de memoria. Y quienes lo niegan faltan a la verdad y ofenden la convicción y la valentía de quienes murieron en ambas trincheras. Negar la guerra, a la cual nos referíamos continuamente en nuestros documentos como “guerra revolucionaria, popular y prolongada”, es hacernos quedar como niñitos estúpidos de un jardín de infantes. Es desmerecernos en provecho de algunos bolsillos. Nosotros fuimos héroes en tiempos de guerra. Y en la otra trinchera también. Nadie debe apropiarse de la sangre y del dolor de los que escribieron la historia de los 70.

Alguien, no sabemos quien ni cuando abrió la caja de Pandora y dejó encerrado el Código Penal. Fue el comienzo del fin. En una guerra, al fragor del combate, no hay tregua, piedad ni perdón porque está en juego la vida. No me imagino las tropas norteamericanas en Irak ni las soviéticas en Afganistán ni a los franceses en Argelia ni a los occidentales en los Balcanes con combatientes vestidos con plumas blancas, globos de colores y caramelos para los enemigos. La guerra libera al depredador más grande del reino animal: al hombre.

Y en los 70 el ser argentino mutó en fiera. Y pasó lo que pasó. Mucha muerte, dolor, exilio, cárcel. Vino esta democracia como pudo y con lo que pudo e intento poner paños fríos: amnistía, indulto.Y comenzamos a caminar mirándonos de reojo pero caminábamos. Lentamente nos acostumbrábamos los unos con los otros...

Y de pronto otra vez el hombre muta... Pero no en la bestia guerrera! En un cretino, mediocre e insaciable que generó esta Argentina desprotegida. Esta Argentina sin justicia, sin FFAA, sin contrato social, sin salud, sin trabajo, sin educación...sin seguridad.

El libro del Tata me llevó a reflexionar que necesitamos una Argentina libre del pasado, sin mezquindades, sin recuento de los muertos, con un monumento único para los que cayeron y con un indulto amplio que nos permita la paz interna.

Porque aquí no hay salida: o quedamos todos libres o vamos todos presos!Muchas gracias.

Lic. Luis Labraña

lunes, 8 de junio de 2009

SENTENCIA CONTRA UN JUEZ

Sentencia contra un juez
Victoria Villarruel

En la Argentina, hubo un tiempo en que las sentencias las impartían las organizaciones terroristas. Eran sentencias de muerte.

El domingo 28 de abril de 1974, el brazo del terror bajó el martillo contra un juez de la Nación, Jorge Vicente Quiroga.

Ese día, quien había sido uno de los jueces de la Cámara Federal en lo Penal pagó con su vida haber juzgado, condenado o absuelto a los terroristas que agredían a la población civil en nombre de una lucha armada que ellos creían justa y necesaria.

Quienes debían estar tras las rejas, gozaban de la libertad irrestricta que les había otorgado la amnistía concedida durante el gobierno del Dr. Cámpora, refrendada por quien en ese entonces era ministro del Interior y hoy procurador de la Nación, el Dr. Esteban Righi.

Quiroga caminaba hacia la casa de otro colega, con el cual irían juntos a la cancha a ver un partido de Boca. Pocos metros antes de llegar a destino, dos jóvenes en moto le dispararon y nueve balas impactaron en su cuerpo. Murió asesinado a los 48 años. Sus asesinos, integrantes del ERP 22 de Agosto, escaparon, pero sus nombres quedaron para siempre unidos al crimen: Marino Amador Fernández y Raúl Argemi.

El muerto había sido elegido por sus méritos para integrar la Cámara Federal en lo Penal, un plan innovador para la época, que se adelantó a España e Italia en el juzgamiento de ETA y las Brigadas Rojas.

Significó una modernización del sistema, para poder juzgar con celeridad los actos terroristas.

Esa Cámara tenía competencia para juzgar todos los delitos calificados como subversivos, garantizando la defensa del imputado.

Así, el crimen del empresario italiano Oberdan Salustro pudo ser resuelto en 11 meses. La labor de los jueces no fue de persecución ideológica: la prueba es que no hubo una sola condena por la ley 17.401, de represión del comunismo.

Los terroristas ni siquiera eran esposados, como detallaron las crónicas de la época.

Se podrá discutir la oportunidad de iniciar esta experiencia durante un gobierno de facto, pero es incontestable que se respetaron todas las garantías procesales durante el poco más de año y medio de trabajo y que, una vez dictada la amnistía, en mayo de 1973, todos los terroristas que habían sido condenados o estaban siendo procesados fueron liberados y retomaron el camino de las armas.

Los asesinos del juez Quiroga fueron juzgados y condenados a 18 años de cárcel, pero apenas cumplieron unos años. Los restantes miembros de la Cámara Federal en lo Penal sufrieron persecución y amenazas, lo cual provocó que se exiliaran.

Al ser desarticulada la Cámara, los terroristas lograron uno de sus más preciados objetivos: la impunidad, porque ningún juez se atrevería en adelante a condenarlos.

A 35 años del asesinato de este magistrado, observamos con preocupación que continúan impunes, libres entre los ciudadanos. Algunos ocupan cargos públicos.El Poder Judicial sigue siendo presionado por algunos de los que en el pasado integraron estas organizaciones terroristas y que hoy, con la suma del poder público, amedrentan a todos los que no responden a su línea argumental en esta tragedia nacional. Otros, simpatizantes de las ideas mesiánicas de los terroristas, aportan su granito de arena a la disolución de uno de los pilares de la República: la independencia del Poder Judicial.

Una muestra de la maquinaria creada para garantizar la impunidad de quienes atentaron contra las instituciones del Estado fue la Resolución 158/07, por la cual el procurador Righi ordenaba a los fiscales no considerar delitos de lesa humanidad los cometidos por integrantes de organizaciones armadas.

Hoy, ante la decisión de la Cámara de Rosario en la causa Larrabure, Righi ha debido bajar los decibeles de una discusión en la que debería haberse excusado de participar, por ser parte interesada.

Treinta y cinco años después, los familiares de las víctimas del terrorismo continúan su lucha por el reconocimiento de sus derechos humanos. Temen al ver a algunos de los que los atacaron gozar de la inmunidad que les brindan sus cargos, y esperan que surjan jueces como Quiroga, que enfrenten la inmoralidad jurídica y política y que den testimonio de la valiosa función de un magistrado.

La autora preside el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas.

domingo, 3 de mayo de 2009

AVANZA LA CAUSA "LARRABURE"

Por Javier Vigo Leguizamon
APODERADO DE ARTURO LARRABURE

Al rechazar la Cámara Federal de Rosario el planteo de nulidad efectuado por los fiscales Vásquez, Saccone y Bettiolo, han fracasado definitivamente los intentos de anular el dictamen del fiscal general Palacín e impedir que se llevara adelante la investigación penal plena ordenada por dicho funcionario, quien estimara que, en principio, el crimen del coronel Larrabure era de lesa humanidad.

Si bien la Cámara Federal en lo Penal no se expidió respecto a si el asesinato encuadraba en tal tipo penal, fue muy clara al señalar que el trámite procesal que habilitara al fiscal general a dictaminar era legalmente incuestionable, ajustándose a lo sostenido por la jurisprudencia de la Corte Suprema en la causa “Quiroga” y a las propias resoluciones de la Procuración General.

En síntesis: la Cámara no dijo que el crimen fuera de lesa humanidad, ni tampoco descartó que lo fuese. Afirmó sólo que el dictamen conservaba su validez por ser fruto de un procedimiento ajustado a la ley.

La natural consecuencia de lo resuelto es que debe realizarse la investigación ordenada por el fiscal Palacín, fruto de la cual finalmente corresponderá resolver si nos hallamos o no ante un crimen de lesa humanidad.

Rucci, Larrabure, Viola, López y tantos otros fueron víctimas de un plan criminal diseñado por J.W. Cooke para instalar un régimen marxista quebrando la voluntad de Perón mediante una sucesión de hechos violentos.

En los fundamentos del Decreto 1368/ 74, firmado por María Estela Martínez de Perón decretando el estado de sitio, se aludió a éste mencionando la necesidad imperiosa de “erradicar expresiones de una barbarie patológica que se ha desatado como forma de un plan terrorista aleve y criminal contra la Nación toda”. Y se dijo algo aún más grave: que las amenazas del terrorismo guerrillero habían llegado al extremo de ser “dirigidas contra niños en edad escolar”.

Es hora, entonces, de que los paisajes imaginarios de la “memoria” sean sustituidos por el juicio crítico y objetivo de la historia.

Respondiendo el comunicado algunas precisiones sobre la causa “Larrabure”, emitido por la Procuración General de la Nación, Larrabure exteriorizó la sorpresa que le genera que Esteban Righi afirme que “para el Ministerio Público Fiscal y, en particular, para la Procuración General de la Nación, no existe ninguna duda acerca de que todo hecho delictivo que sea denunciado judicialmente debe ser investigado por los órganos correspondientes (jueces y fiscales).

Recién después de la apertura de una investigación (o su reapertura, como se plantea en el caso “Larrabure”) procede realizar la discusión relativa a si determinado delito constituye o no “crimen de lesa humanidad”, pues ella debe ser consecuencia de una investigación previa.

No corresponde generar esa discusión en abstracto, pues sólo procede si existe algún imputado y si se interpone un planteo de prescripción de la acción penal.

No es precisamente lo que ha ocurrido en las causas abiertas por los asesinatos de Humberto y María Cristina Viola, y Néstor Horacio López, cometidos por el ERP, donde los fiscales actuantes, cumpliendo las instrucciones dadas por el procurador Righi mediante Resolución 158/07, en abstracto y sin investigación previa alguna concluyeron apresuradamente que tales crímenes no eran de lesa humanidad, oponiéndose a que se investigara si el gobierno de Héctor J. Cámpora había incurrido en terrorismo de Estado, y si tal imputación era extensible al gobierno cubano.

La ardua lucha que Larrabure libra se inspira en motivos de estricta justicia. No median razones políticas, ni defiende al Proceso militar, que comenzó después de que el coronel Larrabure fuera vilmente asesinado. Distinta, por cierto, es la situación del doctor Righi, quien tuvo como ministro del Interior de Cámpora una activa participación en el diseño y dictado de la ley de amnistía, pese a lo cual estimó que no existían razones éticas o de decoro que le exigieran abstenerse de firmar la Resolución 158/07.

miércoles, 22 de abril de 2009

HARTO DE AGRAVIOS

Por el Sgto. Ay (R) Oscar Reinaldo Carabajal.

Como Suboficial Retirado del Ejército Argentino y como Veterano de Guerra, quiero expresar mi bronca ante tanto agravio por parte de una minoría de soldados ex combatientes de Malvinas (CECIM), y quiero decirles a estos llorones cobardes, que al momento de producirse la guerra se encontraban cumpliendo con una ley de la Nación, aprobada por el Congreso de la Nación, es decir civiles, no militares, y desde hace 26 años que buscan culpables por haber participado en la defensa de nuestro territorio, no fueron voluntarios, no tienen las agallas suficientes como para eso, pero hoy se creen y quieren hacer creer a la sociedad que son los únicos que combatieron, que los oficiales y suboficiales somos unos "cobardes, torturadores y represores".

Me cansé de estos nenes de mamá.

Quiero decirles a estos cobardes que, con 23 años, tuve el honor de conducir en el frente de batalla a verdaderos soldados, que no arrugaron ni en los momentos más difíciles; es más, en una oportunidad, les dije "lo único que podemos hacer es apoyar a primera línea y vamos a combatir hasta el final, no creo que nos tomen prisioneros" y fuimos, como verdaderos soldados, a dar la vida por ese pedazo de suelo argentino sin quejarnos.

No nos tocó, no tuvimos suerte, pero hoy llevan con orgullo la condición de veteranos de guerra, sin lloriqueos; por esto y mucho más, no puedo seguir permitiendo que un grupo minúsculo de pusilánimes pisotee la memoria de señores oficiales como el teniente Roberto Estévez y de los señores suboficiales como el sargento Antonio "Perro" Cisneros, Ismael García, Sbirt y tantos otros que dieron su vida en el frente de combate.

También quiero decirles, señores llorones, que tuve el honor de combatir a la par de señores suboficiales, como el sargento Juan López, el cabo 1º Daniel Fernández y los cabos (todos de 19 años) Alejandro Luján, Ramón Najar, Sixto Escobar, Aguirre Orlando, todos pertenecientes al glorioso Batallón de Comunicaciones 181 y que todos, de una manera u otra, arriesgaron sus vidas y no andan llorando por los rincones.

Quiero decirles a estos mantequitas que no vi nunca a familiares de los suboficiales y oficiales caídos en combate llorando y dando lástima por todos los medios por lo que les pasó; al contrario, se sienten orgullosos de que su hijo, hermano o padre hayan dado su vida por este bendito país; que los antes nombrados y muchos como ellos no se merecen ser involucrados y llamados cobardes, que estos valientes guerreros no se detuvieron a perder el tiempo para estaquear soldados; solamente se dedicaron a cumplir con su objetivo, defender nuestra soberanía nacional, aun a costa de sus vidas, y así lo hicieron.

Estos hombres deben ser honrados y no difamados por estos cobardes llorones que se encuentran apadrinados por parte de algunos sectores políticos y la señora de Bonafini; ya todos sabemos quién es: todo lo que no va con sus ideales son traidores y asesinos, caso Rucci, y que dejen de poner trabas para que se amplíe la ley 12.006, Pensión Honorífica Islas Malvinas, de la Provincia de Buenos Aires, que nos corresponde, porque así lo dice la Constitución en su Art. 16 "principio de igualdad ante la ley", porque el enemigo no hacía diferencia entre oficiales, suboficiales o soldados, todos somos veteranos de guerra, y si hubo algún oficial o suboficial que hayan hecho abuso de autoridad durante el conflicto, que se los denuncie y que la ley los juzgue como corresponde, pero que no nos metan a todos en la misma bolsa.

Caso contrario, estamos bastardeando y pisoteando la memoria de los 10 oficiales y 230 suboficiales muertos pertenecientes a la Armada Argentina, los 14 oficiales y 36 suboficiales muertos del Ejército, los 36 valientes pilotos y los 14 suboficiales de la Fuerza Aérea, los 2 oficiales y los 5 suboficiales de Gendarmería Nacional y los 2 suboficiales de Prefectura Naval; en total, 349 muertos entre oficiales y suboficiales que hoy son custodios de nuestras islas Malvinas.

Seguramente, para los pusilánimes del CECIM, estos héroes son "cobardes, torturadores y represores". ¿Qué les decimos a los familiares? ¿Que se merecían morir por ser miembros de las Fuerzas Armadas? ¿Que la ley es solamente para algunos y no para todos o, mejor dicho, la ley ampara a los cobardes que fueron obligados y no a los que fueron por propia voluntad?

Pero, claro, estamos en el mundo del revés.

Señores cobardes y llorones: Ustedes sí son cobardes, porque se esconden detrás del poder político y yo soy suboficial retirado del Ejército Argentino y me siento orgulloso de serlo y les puedo asegurar que no soy cobarde, torturador ni represor.

Oscar Reinaldo Carabajal, sargento ayudante (R) Ejército Argentino
Bahía Blanca

miércoles, 15 de abril de 2009

EL BICENTENARIO Y LA PACIFICACION NACIONAL

El Bicentenario y la pacificación nacional
Alberto Solanet

Hace medio siglo aparecieron los primeros focos de la guerrilla rural en la provincia de Tucumán, y de la acción de estos y otros grupos que en los años siguientes recurrieron a la violencia fue expandiéndose una verdadera guerra interior.

El conflicto se acentuó en la década del 70.

Lamentablemente, al restablecerse en 1973 el régimen constitucional, las tres primeras medidas del Congreso y del Poder Ejecutivo fueron disolver la Cámara Federal en lo Penal con competencia para juzgar a los imputados de hechos terroristas, derogar la legislación penal que sancionaba tales conductas y liberar a todos los imputados, incluso procesados y legítimamente condenados por actos terroristas. La guerra adquirió una intensidad sin precedente.

Diariamente ocurrían homicidios, secuestros, usurpaciones, asaltos y otros gravísimos delitos.

A partir de decretos dictados por Isabel Perón e Italo Luder, ante una situación caótica que desbordaba a las instituciones policiales, en 1975 se ordenó a las fuerzas armadas que aniquilaran el accionar terrorista.

La guerra prosiguió con su secuela de excesos, hasta que finalmente la embestida guerrillera quedó bajo control, con muy aislados brotes de violencia.

Al asumir las autoridades constitucionales el 10 de diciembre de 1983 resolvieron enjuiciar a los comandantes en jefe, sustanciándose un proceso ante el Consejo Supremo y, simultáneamente, dispusieron denunciar a los dirigentes de la guerrilla en actuaciones que tuvieron limitada proyección.

En cambio, los tribunales federales, después de abocarse al conocimiento de los procesos castrenses, vulnerando la garantía del juez natural, avanzaron hacia toda la línea de mando de las fuerzas armadas, de seguridad y policiales, sin excluir a quienes ostentaban las jerarquías más modestas como oficiales o suboficiales.

A partir de 1987, surgieron levantamientos militares que finalmente fueron superados con la sanción de las leyes de punto final y obediencia debida.

También los imputados de hechos subversivos fueron incluidos por el Congreso entre los beneficiados con la extinción de las acciones penales.

Finalmente, en 1989 y 1990, se dictaron amplios decretos de indulto para todos los que participaron en la guerra.

Ante el estupor de muchos que consideraban superado el conflicto, e impulsada por motivaciones ideológicas y resentimientos, la confrontación resurgió y, con auspicio oficial, se forjó una visión asimétrica y unilateral del último medio siglo, en la que los agresores de la sociedad civil quedaron transformados en "jóvenes idealistas" que habían sido injustamente perseguidos.

En los últimos cinco años, se acentuó el hostigamiento contra militares y policías.

Se anularon los indultos que habían sido homologados por la Corte Suprema; el Congreso anuló las leyes que habían extinguido las acciones penales, reabrió los procesos y vulneró la garantía de la cosa juzgada; asimismo, ejecutó un amplio abanico de medidas persecutorias que sólo sirven para profundizar la discordia y frustrar la necesaria unión nacional.

La situación es hoy extremadamente grave porque, contrariamente a lo resuelto por la Cámara Federal cuando juzgó a los comandantes, en el sentido de que la defensa de la sociedad agredida había sido monopolizada por las fuerzas militarizadas, sin participación de los funcionarios que cumplían actividades civiles, ahora se pretende extender a estos sectores la responsabilidad por las extralimitaciones cometidas en el curso de la guerra.

Al convalidar la detención de un ex ministro de gobierno de la provincia de Buenos Aires, la cámara del distrito llegó al extremo de sostener que la sola circunstancia de haber aceptado y desempeñado tal cargo es suficiente para involucrarlo en la ejecución de hechos en los que no tuvo ni pudo tener participación alguna.

Con esta nueva línea jurisprudencial, la revancha ya no tiene límites.

La cuestión no es ya meramente jurídica, sino de naturaleza moral.

No es el horror de la guerra lo que está bajo examen, sino la opción sistemática por alternativas que, transcurridos casi cuarenta años desde que comenzara la etapa más violenta de la contienda, alientan el odio y la desintegración social, al empujar a los más extremados a reacciones graves e imprevisibles.

Son ya cerca de cuatrocientos los presos políticos y el número crece de modo inquietante. Digo bien, se trata de presos políticos. No se puede seguir hablando de República, de derechos humanos y Estado de derecho mientras subsista esta ominosa situación.

Rechazamos, también por razones morales, que se cometan las mismas aberraciones jurídicas con quienes hoy gozan de los favores oficiales y desempeñan altísimos cargos en los tres poderes del Estado nacional.

Las acciones penales contra todos los contendientes están irreversiblemente extinguidas y así deberán declararlo en algún momento los jueces, si la Justicia es finalmente restablecida.

Porque, como lo ha declarado la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales en su dictamen del 25 de agosto de 2005, descalificó la línea jurisprudencial iniciada a partir de 2004, "los principios de legalidad, irretroactividad de la ley penal, ley penal más benigna, cosa juzgada, derechos adquiridos, no sólo están en el texto de la Constitución nacional, sino en su espíritu y, más aún, constituyen la esencia del constitucionalismo clásico de los siglos XVIII y XIX, principios que no han sido modificados por las etapas posteriores del constitucionalismo, que tienen varios siglos de vigor y que nunca han sido cuestionados".

Urge volver al cauce de la Constitución histórica, al recurrir incluso a los remedios que están en su texto y que ninguna convención internacional ha abolido, que permitirían afianzar la paz interior y superar las secuelas más dolorosas de nuestra guerra.

Sobre el punto, la Convención Americana sobre Derechos Humanos y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos autorizan la amnistía y el indulto "en todos los casos", incluso "para los delitos más graves".

La Convención Reformadora de 1994, en la misma sesión plenaria que aprobó la redacción del actual artículo 75, inciso 22, y otorgó jerarquía constitucional a varios convenios internacionales, rechazó la pretensión de que los delitos de lesa humanidad fueran imprescriptibles y no susceptibles de amnistía, indulto o conmutación. ¿Cómo es posible que ahora se reclame que los jueces juzguen y condenen rápidamente a quienes ya han sido amnistiados o indultados por delitos que, además, se encuentran prescriptos?

Todo esto configura un verdadero desvarío jurídico que incrementa el rencor y el resentimiento.

Queda así en evidencia que no median obstáculos jurídicos genuinos que impidan recurrir a medidas pacificadoras, como lo hicieron los pueblos sabios, en Europa y en América, para aplacar los odios engendrados por los enfrentamientos internos.

Necesitamos llegar al Bicentenario con la Nación en paz, y para ello es preciso proceder con grandeza, y levantar las banderas de la concordia y la reconciliación.

Ello exige como premisa concluir con la prédica de la inquina y la venganza.

El autor es presidente de la Corporación de Abogados Católicos.

domingo, 5 de abril de 2009

JUSTICIA O VENGANZA?

La resolución de la Cámara Penal de Casación, que ordenó la excarcelación de unos pocos militares y ex integrantes de las fuerzas de seguridad casi un mes atrás, ha provocado una reacción entre histérica y atrabiliaria de ciertos personajes, que incluyó una inusitada amenaza de la Presidenta de la Nación contra los jueces firmantes de la resolución, extendida rápidamente a sus familiares por Hebe de Bonafini.

El periodismo rocambolesco que padece la Argentina no les fue en zaga, habiéndose escrito en el diario de mayor circulación que la resolución de marras era jurídicamente inobjetable pero políticamente incorrecta y también que era jurídica, pero no ética.

Frente a estos nuevos agravios, no ya a las instituciones o a los jueces, sino antes bien a la inteligencia y al más añejo sentido común, el Instituto de Filosofía Práctica siente otra vez el deber de pronunciarse públicamente.

La gravedad de la situación exige diagnósticos profundos, aún cuando ello conduzca al terreno mismo de la política, porque es desde la política que se nos ha puesto en peligro, como señala Ramiro de Maeztu, "Lo normal es que, cuando los regímenes parecen estables, tiendan los intelectuales a recogerse en su torre de marfil y que cuando amenazan grandes trastornos, se salgan de ella, antes de que se les pueda caer encima. Lo normal es que no les guste la política, porque no está en su mundo y les es difícil distinguirse en ella. Pero cuando se produce una inseguridad tan profunda, que amenaza, aunque sea lejos, la vida del espíritu, los escritores se salen de su mundo... para luchar por el orden social, que tienen que identificar con las condiciones de la vida del espíritu".

Así, es bien cierto que las críticas e insultos no respetan la llamada "división de poderes", que la resolución objetada aplica la ley vigente, que los fallos deben ser jurídicamente correctos, que no se debe confundir la imprescriptibilidad de un delito con la aplicación de la ley procesal, que la presunción de inocencia y el tipo penal son dos conquistas del derecho penal, que la igualdad ante la ley es una garantía constitucional, y así podría seguirse.

Pero con todo eso no alcanza, porque más cierto es que a la situación presente se ha llegado a través de un proceso gradual pero continuo de destrucción del orden social (incluido el jurídico), cuyas peores consecuencias todavía no se han visto.

Sería imposible exponer aquí en forma completa los hitos principales de ese itinerario perverso, verdadero iter criminis que ha desfigurado el rostro de la Patria y sumido a enormes sectores de argentinos en la pobreza (tanto material cuanto espiritual), el escepticismo y la indiferencia.

Pero comencemos por señalar algunos de ellos, al menos los más relacionados con el hecho que nos ha impulsado a hacer esta declaración:

 El desmantelamiento de la administración de justicia (o Poder Judicial, si se prefiere) y la persecución (primero sutil, luego ostensible) de jueces y magistrados, iniciada en 1983 por motivos político-ideológicos.

 La nefasta reforma constitucional de 1994, que destruyó y sepultó los restos del federalismo argentino, clausurando de paso los últimos vestigios de subsidiariedad y haciendo de los gobernadores de provincia súbditos y mendigos del poder concentrado en Buenos Aires.

 La legitimación de la acción directa, preferentemente atemorizadora, para conseguir objetivos socio-políticos o, más crudamente, como estrategia de formación de una conciencia y una praxis revolucionarias.

 El reemplazo del Gabinete de Ministros por un conglomerado de hombres y mujeres, cuyo único rasgo común es la obsecuencia.

 La transformación del Congreso en un rebaño sumiso que pastorea un mandamás inculto y rudimentario, y que periodistas ignorantes continúan confundiendo con una escribanía.

 La proliferación de leyes, decretos, resoluciones, disposiciones, directivas, circulares, instrucciones, etc. etc., que en su aspecto más grave han subvertido los principios y costumbres más raigales de los argentinos, sin perjuicio de lo cual han engendrado además un claro escepticismo (cuando no palpable desprecio) por la ley positiva, a la que tienen como mera expresión de una voluntad de poder sin límites.

Esta mínima recordación de hechos que fueron minando el orden de la Patria, tuvieron su particular expresión en el ámbito de la administración de justicia. El obrar desconstructivo iniciado en 1983 hizo carrera. Fue retomado por Menem y Duhalde y convertido en éxito por Kirchner, quien impuso la destitución de los ministros de la Corte Suprema a partir de la revisión política de sus sentencias y logró conformar un nuevo tribunal con parentesco ideológico. Esta Corte pasará a la parte peor de la historia judicial argentina, por haber violado o desconocido directamente los principios de non bis in idem, de legalidad o de reserva, de cosa juzgada, de igualdad ante la ley, de congruencia, sin olvidar sus fallos esperpénticos, sus errores técnicos y las declaraciones inmorales (cuando no protervas) de algunos de sus miembros.

En estricta correspondencia con el obrar de la Corte Suprema, asistimos a juicios públicos conducidos por jueces prevaricadores, que convierten sus juzgados en remedos de tribunales revolucionarios, donde una plebe debidamente organizada grita sus consignas ideológicas e insulta y amenaza a acusados y testigos de la defensa.Tal vez sea innecesario advertir que no se trata aquí de la culpabilidad o inocencia de esos acusados, sino de algo mucho más trascendente, más arriesgado y, si se quiere, más peligroso. Se trata de un retroceso histórico y cultural grotesco, tal vez sin parangón en la historia de Occidente, porque en la Argentina , al cabo de siglos de derecho romano y principios cristianos, hemos tomado la decisión de sustituir a la justicia por la venganza.

El Instituto de Filosofía Práctica cree que a esta situación que se intenta describir se llega cuando el Derecho y la Justicia pasan a tener como único fundamento la voluntad del legislador y el poder del Estado. Ambos quedan sometidos entonces al absolutismo de la ideología imperante, con lo que sucumben tanto la libertad como la seguridad.

Ya no tendrá sentido discurrir acerca de la división de poderes, la independencia de los jueces o la supremacía de la ley constitucional. Sólo importará la voluntad prepotente, vociferante, arbitraria e ideologizada de la facción adueñada del poder político, que no tolerará jamás que jueces probos y libres contradigan sus dictados y hará que en todo momento se adecuen a ellos sentencias, leyes y hasta la misma Constitución.

Como puede advertirse, no se trata de un gobierno o de grupos de presión que cometen errores ni, mucho menos, de una discusión sobre la interpretación de las leyes. En ésta, como en otras graves cuestiones de la hora presente, se han puesto de un lado el Derecho y la Justicia, y del otro el Estado: "Planteado un antagonismo entre el Estado y el Derecho, al lado y en defensa de éste debemos militar cuantos le reverenciamos como ideal, le practicamos como ministerio elevadísimo y le tomamos como inspirador, luminar y bandera, persuadidos de que sin su amparo la sociedad retrocedería a la barbarie y el alma se hundiría envilecida".

Por Gerardo Palacios Hardy y Bernardino Montejano, Instituto de Filosofía Práctica.

sábado, 14 de marzo de 2009

EL PEOR ACUERDO

El peor acuerdo
Por Martín Caparrós

Nunca hubiera pensado que alguna vez podía llegar a estar de acuerdo con el hijo de puta del ex general Luciano Benjamín Menéndez. Y sin embargo, ayer.Ayer, en su alegato final, el ex general Menéndez, ex jefe de una de las unidades militares más asesinas, el Tercer Cuerpo de Ejército, hombre de cuchillos tomar y de presos matar, peroró en su defensa.

Dijo, en síntesis, que las fuerzas armadas argentinas pelearon y ganaron para “evitar el asalto de la subversión marxista”.

Y yo también lo creo.Con algunos matices. La subversión marxista –o más o menos marxista, de la que yo también formaba parte– quería, sin duda, asaltar el poder en la Argentina para cambiar radicalmente el orden social.

No queríamos un país capitalista y democrático: queríamos una sociedad socialista, sin economía de mercado, sin desigualdades, sin explotadores ni explotados, y sin muchas precisiones acerca de la forma política que eso adoptaría –pero que, sin duda, no sería la “democracia burguesa” que condenábamos cada vez que podíamos.

Por eso estoy de acuerdo con el hijo de mil putas cuando dice que “los guerrilleros no pueden decir que actuaban en defensa de la democracia”. Tan de acuerdo que lo escribí por primera vez en 1993, cuando ví a Firmenich diciendo por televisión que los Montoneros peleábamos por la democracia: mentira cochina.

Entonces escribí que creíamos muy sinceramente que la lucha armada era la única forma de llegar al poder, que incluso lo cantábamos: “Con las urnas al gobierno/ con las armas al poder”, y que falsear la historia era lo peor que se les podía hacer a sus protagonistas: una forma de volver a desaparecer a los desaparecidos.

Me indigné y, de tan indignado, quise escribir La Voluntad para contar quiénes habían sido y qué querían realmente los militantes revolucionarios de los años sesentas y setentas.

A propósito: es la misma falsificación que se comete cuando se dice, como lo ha hecho Kirchner, que este gobierno pelea por realizar los sueños de aquellos militantes: esos sueños, está claro, eran muy otros.

En esa falsificación, Kirchner y el asesino ex se acercan; ayer Menéndez decía que “los guerrilleros del 70 están hoy en el poder”, sin ver que, si acaso, los que están alrededor del gobierno son personas que estuvieron alrededor de esa guerrilla en los setentas y que cambiaron, como todo cambió, tanto en los treinta últimos años que ya no tienen nada que ver con todo aquello, salvo para usarlo como figura retórica.

Es curioso cómo se reescribió aquella historia. Hoy la mayoría de los argentinos tiende a olvidar que estaba en contra de la violencia revolucionaria, que prefería el capitalismo y que estuvo muy satisfecha cuando los militares salieron a poner orden.

“Ostentamos el dudoso mérito en ser el primer país en el mundo que juzga a sus soldados victoriosos, que lucharon y vencieron por orden de y para sus compatriotas”, dijo el asesino –y tiene razón.

Pero la sociedad argentina se armó un relato según el cual todos estaban en contra de los militares o, por lo menos, no tenían ni idea. Es cierto que no podían haber imaginado que esa violencia era tan bruta, tan violenta, pero había que ser muy esforzado o muy boludo para no darse cuenta de que, más allá de detalles espantosos, las fuerzas armadas estaban reprimiendo con todo.

El relato de la inocencia mayoritaria se ha impuesto, pese a sus contradicciones evidentes. Los mismos medios que ahora cuentan con horror torturas y asesinatos las callaron entonces; los mismos partidos políticos que se hacían los tontos ahora las condenan; los mismos ciudadanos que se alegraban privada y hasta públicamente del retorno del orden ahora se espantan.

Y todos ellos conforman esta masa de ingratos a la que se dirige el muy hijo de exputa: “luchamos por y para ustedes” –les dice y, de hecho, los militares preservaron para ellos el capitalismo y la democracia burguesa.

Pero la sociedad argentina se ha inventado un pasado limpito en el que unos pocos megaperversosasesinos como éste hicieron a espaldas de todos lo que ellos jamás habrían permitido, y les resulta mucho más cómodo.

Como les resulta mucho más cómodo, ahora, indignarse con el ex que repensar qué hicieron entonces, a quién apoyaron, en qué los benefició la violencia de los represores, y lo fácil que les resultó, muchos años después, asombrarse, impresionarse e indignarse.

El ex Menéndez es, sin duda, un asesino, y ojalá que se pudra en la cárcel. Es obvio que no es lo mismo la violencia de un grupo de ciudadanos que la violencia del Estado, pero es tonto negar que nosotros proponíamos la guerra popular y prolongada como forma de llegar al poder.

Y también es obvio que la violencia de los militares no les sirvió sólo para vencer a la guerrilla: lo habrían podido conseguir con mucho menos.Durante mucho tiempo me equivoqué pensando que los militares habían exagerado: que la amenaza revolucionaria era menor, que no justificaba semejante despliegue.

Tardé en entender que los militares y los ricos argentinos habían usado esa amenaza como excusa para corregir la estructura socio-económica del país: para convertir a la Argentina en una sociedad con menos fábricas y por lo tanto menos obreros reivindicativos, para disciplinar a los díscolos de cualquier orden, y para cumplir con las órdenes reservadas del secretario de Estado USA, su compañero Kissinger, que les dijo en abril de 1976 que debían volver a convertir a nuestro país en un exportador de materia prima agropecuaria.

Es lo que dijo el ex: “¡Y nosotros estamos siendo juzgados! ¿Para quién ganamos la batalla?”.

Porque es cierto que la ganaron, y que su resultado principal no son estos juicios sino este país sojero.

Ése es el punto en que casi todos se hacen los boludos. La indignación siempre fue más fácil que el pensamiento.

Supongo que es mejor que muchos, para sentirse probos, prefieran condenar a los militares antes que seguir apoyándolos como entonces.

Pero no deja de inquietarme que todo sea tan fácil y que sólo un asesino hijo de puta suelte, de vez en cuando, ciertas verdades tremebundas.