domingo, 28 de diciembre de 2014

Derechos humanos, dinero, poder y corrupción

Derechos humanos, dinero, poder y corrupción

Opinión
La Nacion

Bajo la supuesta defensa de los valores supremos del hombre, se han desviado fondos públicos y se han pagado indemnizaciones sin mínimos controles


El jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, propuso terminar con "el curro" asociado a la política de derechos humanos de la era kirchnerista. El candidato presidencial Sergio Massa invitó a "cerrar bien una etapa de los derechos humanos y abrir otra nueva". Julio César Strassera, ex fiscal del juicio a las juntas militares, "aplaudió" lo que dijo Macri reconociendo la existencia de abusos y también Graciela Fernández Meijide, ex legisladora y madre de un desaparecido, puso distancia entre sus principios éticos y los escandalosos negociados del programa Sueños Compartidos, llevado a cabo por la Fundación Madres de Plaza de Mayo y el gobierno kirchnerista.
El juez de la Corte Suprema, Raúl Zaffaroni, respondió a Macri y a Massa, invitándolos a confrontar ideológicamente, pues aquellas expresiones implicarían "ideologías inhumanas". En cambio, el flamante secretario general de la Presidencia, Aníbal Fernández, descalificó a Massa, tratándolo de "bruto e ignorante", y a Macri, tildándolo de ser "una bestia".
Hablar de derechos humanos es hablar de valores supremos de la condición humana. Lograr su efectiva vigencia, en todo el planeta, es el mayor desafío que pueden plantearse las naciones. La otra cara de la moneda es que toda política de derechos humanos debe ser administrada en forma límpida e intachable.
En la Argentina, el debate sobre derechos humanos se ha centrado en los crueles episodios de subversión y la represión consiguiente, ocurridos en los años setenta, olvidándose de que también configuran valores para la reconciliación y el esfuerzo colectivo hacia el futuro.
La Corte Suprema estableció que sólo son delitos de lesa humanidad aquellos cometidos por organismos del Estado a través de una política sistemática que vulnere derechos de la sociedad civil o de un grupo determinado de ésta. Tal definición restrictiva, que sólo incluye la violencia ejercida por acción estatal, se diferencia de la doctrina internacional y excluye a los terroristas de su alcance (beneficiándolos con la prescripción, entre otros muchos principios del derecho penal) y también a sus víctimas inocentes, quienes no pueden acogerse a las leyes de reparación.
Es tan grave la responsabilidad que se atribuye al Estado por el uso abusivo de su poder en materia de "lesa humanidad", que simétricamente debería ser gravísima la sanción por desvirtuar esa potente herramienta institucional, en provecho de fines subalternos. Investigar eventuales desvíos no afecta ni daña los pilares de la doctrina, sino que los fortalece, evitando que el poder y el dinero los corroan, los debiliten y los destruyan.
¿Quién habría de "rasgarse las vestiduras" al insinuarse abusos en el manejo pecuniario o político de esa doctrina, si el Gobierno no ha demostrado manejo transparente en casi ninguna de sus gestiones públicas? Hemos visto la valija de Antonini Wilson, la bolsa de Felisa Miceli, la imprenta de Amado Boudou, los aviones de Ricardo Jaime, los fondos de Santa Cruz, el asesoramiento a Formosa, las obras públicas de Lázaro Báez, los casinos de Cristóbal López y, ahora, los hoteles de la Presidenta, entre muchísimos otros escándalos.
Las irregularidades de la sociedad de la familia presidencial Hotesur constituyen sólo la punta de un gran iceberg de corrupción, al que no es ajena una particular concepción del poder vinculada al uso de la función pública como medio de enriquecimiento. La propia jefa del Estado ha dicho públicamente en alguna oportunidad que a Néstor Kirchner lo obsesionaba el dinero, porque sin él no era factible dedicarse a la política.
La jerarquía superior de los derechos humanos configura el cuadro perfecto para que la política y el dinero hagan de las suyas, fuera del radar de las auditorías, las sindicaturas y los periodistas. Algo así como asaltar un banco y luego ocultarse en una Iglesia, detrás del altar mayor.
La política mostró una de sus peores hilachas con el caso de Felipe y Marcela, los hijos adoptivos de Ernestina Herrera de Noble. En 2002, las Abuelas de Plaza de Mayo denunciaron a la directora de Clarín como "apropiadora" de hijos de desaparecidos, llegando a lograr su detención. Años después, con la persecución que sufrieron los medios periodísticos por parte del Gobierno, el proceso judicial fue impulsado por organismos de derechos humanos, con medidas que fueron calificadas como "tortura psicológica y daños personales". En definitiva, luego del examen realizado en el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG), quedó probado que Felipe y Marcela no eran hijos de los querellantes, ni tampoco de personas desaparecidas en 1975 y 1976, año este último en que nacieron los hermanos.
El dinero también suele ser una motivación irresistible para el desvío del poder estatal. Este diario ha pedido en reiteradas oportunidades al Ministerio de Justicia y a la Secretaría de Derechos Humanos información, que por su naturaleza debiera ser pública, para conocer cuánto dinero se pagó y cuántas víctimas y familiares percibieron indemnizaciones conforme a las leyes de reparación, pero no hubo respuestas. En total, el Estado habría pagado entre 1700 y 1900 millones de dólares en casos que rondarían los 220.000 dólares cada uno. Por curioso que parezca, en esos trámites no interviene la Justicia.
El Poder Judicial investiga actualmente indemnizaciones irregulares a parientes de guerrilleros que, en realidad, murieron mientras atacaban comisarías y cuarteles durante los gobiernos constitucionales del peronismo, entre 1973 y 1976. También investiga irregularidades en indemnizaciones y pensiones de por vida a personas detenidas desde 1955 en situaciones que no configuraban delitos de lesa humanidad.
Uno de los casos más escandalosos donde el poder y el dinero se han conjugado de la peor forma ha sido el citado programa Sueños Compartidos, de la Fundación Madres de Plaza de Mayo y gerenciado por Sergio y Pablo Schoklender. El "sueño" consistía en obtener fondos públicos para construir 4757 viviendas por 1295 millones de pesos y ejecutar sólo el 30% de ellas utilizando el 70% de las sumas recibidas. Este pase mágico habría sido posible mediante un festival de pagos sin control. La Auditoría General de la Nación detectó transferencias a distintas personas por un monto de unos 52 millones de pesos. De dichos pagos, Sergio Schoklender recibió unos 23 millones de pesos, su empresa constructora Meldorek S.A, 4 millones, y su hermano Pablo, algo más de 13 millones. Además de pagos sistemáticos con cheques inferiores a 50.000 pesos cobrados por ventanilla, por un monto total de 30.000.000 de pesos. Una sola persona cobró la suma de 4 millones mediante 85 cheques.
También habrían compartido los sueños de los Schoklender varios funcionarios públicos, quienes debían controlar y aprobar las obras realizadas por la fundación. Alejandra Bonafini, hija de Hebe de Bonafini, tampoco se privó de hacer negocios con Meldorek y se encuentra investigada por ello.
Para salvarse de la quiebra, en 2011 se constituyó un fideicomiso con el propósito de blindar los bienes de la Fundación Madres de Plaza de Mayo "para que pueda continuar con su obra". De ese modo, la radio AM 530, la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, el Espacio Cultural Nuestros Hijos (ECuNHi) y la fábrica de paneles para viviendas quedaron bajo ese paraguas legal. Pero no fue suficiente, y, hace un par de meses, el kirchnerismo tuvo que estatizar la fundida Universidad para evitar un escándalo mayor.
La defensa de los derechos humanos no se agota con la condena a los crímenes de lesa humanidad y, mucho menos, con el pago sin control de cifras millonarias a quienes militan en el partido gobernante.
Esa defensa obliga a investigar a quienes pudieron haberse aprovechado de esa doctrina, para mantenerla impoluta. Y a recordar que los derechos humanos no son solamente un espejo retrovisor para juzgar el pasado con una perspectiva parcial y revanchista, sino que configuran una agenda de acción pública destinada a erradicar el hambre, dar vivienda digna, educar a las nuevas generaciones, asegurarles la salud, la seguridad personal, el acceso a la justicia y oportunidades de empleo genuino, sin dádivas ni clientelismo. Es decir, un país en serio, pero en serio de verdad