martes, 29 de septiembre de 2009

AL GRAN PUEBLO ARGENTINO ....AUSENTE

Sr Director:

Se ha hablado con indulgencia de los jóvenes que en la década del 70, según ellos por ideales, colocaron bombas, sembraron el terror entre la población asesinando a mansalva a civiles, policías y militares; secuestrando personas pidiendo rescate; dispuestos a todo para lograr el poder y desde ahí imponer, vaya a saber qué nueva forma de organización política y social en la patria nuestra.

Para ellos todo fue válido: el asesinato artero por la espalda; la colocación de bombas en edificios públicos; la instalación de cazabobos en puertas, correspondencia, edificios y autos; el asalto a cuarteles y asesinato de conscriptos; el robo de aviones; el apriete a jueces, profesores y empresarios; el homicidio de inocentes, viejos, jóvenes y niños; la infiltración en familias elegidas como objetivos, enviando adolescentes para acercarse a ellas, haciéndose pasar por amigos de los hijos para luego, una vez ganada la confianza, colocar una bomba en el hogar que los recibía y cobijaba.

Nada los detuvo: ni el arribo de un electo presidente popular como Perón, ni la propuesta de éste a integrarse en el nuevo gobierno acatando el orden instituido.

Hoy el gobierno; ante la indiferencia de los otros poderes del Estado y de gran parte de la sociedad, que no hace nada para que estos tengan una condena legal y moral por los atroces hechos realizados; contiene y paga sueldos a muchos de ellos, ahora devenidos en respetables y prósperos mayores de sentir democrático miembros del parlamento o del ejecutivo.

Dicen que no son crímenes. Que no son crímenes de lesa humanidad. El adjetivo califica al sustantivo; pero no modifica su entidad; son “Crímenes”.

Ninguna sociedad civilizada deja a los criminales sin sanción, y menos los cobija con honores, puestos y consideraciones. Parecería que quienes nos gobiernan están enfermos. No advierten la diferencia entre lo que está bien o de lo que está mal. No hay sanciones para aquellos a los que algunos, también comprometidos, llaman “jóvenes idealistas”.

Sí hubo otros jóvenes; que por ideales abrazaron la carrera de las armas: los que voluntariamente se sometieron a una dura escuela de carácter y formación profesional militar con el único objetivo de servir y defender a la patria, acatando las disposiciones legales existentes en un Estado de derecho, en donde la sujeción del militar es mayor que la del civil, pues sus leyes particulares lo constriñen, lo obligan a actuar de acuerdo a reglamentos y procedimientos que en una guerra deben ser diferentes a los que se aplican en los períodos de paz.

Esos jóvenes de entonces, por orden de un gobierno constitucional que no podía, con las fuerzas de seguridad, ni con una justicia jaqueada, atemorizada y amenazada de muerte si sentenciaban, contener el avance de los terroristas montoneros y erpianos, entre otras organizaciones guerrilleras, fueron a una guerra no querida ni deseada; pero allá partieron, con decisión y coraje a defender lo que consideraron los derechos sagrados de los argentinos.

Cumpliendo con su rol en la organización social del Estado, con total entrega no vacilaron en tributar al país con la sangre propia; en sacrificar la juventud y familia para lograr la deseada paz con la fuerza de las armas. La situación así lo requería. Estos y no aquellos, fueron los verdaderos jóvenes idealistas.

Dicen que hubo errores. Los que dicen lo que dicen no saben que no ha existido en la historia de la humanidad guerras asépticas. Por eso no pueden juzgarse con criterios de la paz, que por otra parte fue obtenida gracias a ellos, los hechos que ocurrieron en una guerra.

Hoy están siendo abandonados, vilipendiados, maltratados por ciertos sectores de la sociedad que les deben la paz que disfrutan. Están en cárceles comunes, la mayoría sin proceso. Se que no les duelen las privaciones.

Tienen el alma herida por la ausencia de reconocimiento.

Hay dolor, hay valor, hay esperanza. Esperanza de que los jueces adviertan que no son los jueces naturales de esos hombres, pues cuando les ordenaron ir a la guerra había leyes y justicia militar para juzgar sus conductas. Hoy han sido derogadas. No pueden juzgarse hechos retroactivos sino con las leyes en vigencia de entonces.

Conozco perfectamente a esos estoicos guerreros. Siempre me sentiré en deuda con ellos. La sociedad debería solidarizarse contra este atropello.

En la actualidad, muchos de los que provocaron el caos, terroristas guerrilleros que además contribuyeron con su accionar a fundamentar el golpe de estado del 76, disfrutan de las mieles que les otorga el ejecutivo y del dinero de todos los argentinos, ante la complaciente mirada de los otros poderes del Estado.

La patria está rota. El espíritu de lucha de los hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas y de Seguridad y sus familias está quebrado. Estamos indefensos. Para defenderse no sólo hacen falta medios y entrenamiento; hace falta voluntad.

Y en la ausencia absoluta de la autoridad y fortaleza espiritual para imponer el orden, avanza generalizada la delincuencia que se apropia, hasta por diversión, de las vidas de los argentinos.

Y el gobierno en lugar de fortalecer las instituciones armadas, con reconocimientos materiales y simbólicos, para que nos brinden protección, nos da fútbol; nos da circo, pero no pan.

Jorge Augusto Cardosojcardoso@fibertel.com.ar

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